Después de un tiempo ayudando a los demás, suele llegar un momento en el cual uno descubre que se le han difuminado los motivos que le llevaron a ser solidario con los que le necesitaban. Uno se agota y dice: “Estoy cansado de ayudar”. Hay muchas razones para llegar a esto: se han ido los idealismos primeros por un mundo más justo o por hacer más llevadera la vida de personas necesitadas, ya no me aporta nada nuevo invertir tanto tiempo y energías ayudando a los demás, la vida va para adelante y es hora de empezar a preocuparse más por uno mismo, no se ve que se consiga nada con todo lo trabajado por el prójimo…
Es normal que llegue la hora de cuestionar la tarea y la entrega que se está realizando por los demás. Pero lo que hace que uno toque fondo no es sólo el cansancio, sino que ya no encuentra dónde apoyarse para continuar con lo que venía haciendo; se ha desfondado porque han desaparecido los fondos donde se apoyaba la entrega: los proyectos se han vuelto castillos en el aire, lo que al comienzo parecía generosidad se ha comprobado que era más interés por nuevas experiencias, las personas ayudadas no alcanzan las condiciones que se deseaban para ellas…
Ante este cansancio generalmente se responde con un tiempo para descansar, rearmarse de nuevo y renovar los motivos para la vuelta a la entrega. Muchas personas pasan página y dan por finalizado su tiempo para la solidaridad. Y hay personas que encuentran nuevos motivos para la solidaridad ahondando en lo que les llevó a la entrega. Quizá sea que el apoyo para la solidaridad no esté en uno mismo, ni en el trabajo que realiza, ni en los ideales que le motivaron en otros tiempos, sino en que sólo dándose a favor de los demás, en la forma que sea, van respondiendo al amor que mantiene toda su vida. Dios es quien sostiene la obra.
Carta de Asís, mayo 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario