martes, 18 de mayo de 2021

ECOEVANGELIO: CAMINAMOS HACIA LA CASA COMÚN DEL CIELO

Hace pocos días, una catequista que cuida a un adulto mayor, me compartía lo difícil que es la situación cuando los ancianos van perdiendo la memoria. Y ella, viéndose en unos años más adelante, me decía: «le pido a Dios que nunca me olvide de Él, que nunca olvide que Él es mi meta». Me sobrecogí por lo que me había compartido; pude percibir la ondura con la que vive, y el anhelo existencial con el que camina. Además, su testimonio activo y cercano en la comunidad parroquial, me hizo pensar en la conocida frase, atribuida a san Juan Bosco:«Camina con los pies en la tierra, pero teniendo la mirada y el corazón en el cielo». Creer en Jesús Resucitado nos ha colocado en la perspectiva de una vida en Dios para siempre; quizá pocos lo interiorizamos -como esta catequista- o quizás más bien, poco lo expresamos. La Solemnidad de la Ascensión del Señor, que celebramos el domingo, nos coloca frente a esta realidad: caminamos «hacia la casa común del cielo» (LS 243).

El evangelista Marcos nos da cuenta de la última aparición de Jesús resucitado a sus discípulos, y también nos dice que después fue llevado al cielo (cf. Mc 16,19). Bíblicamente, la expresión cielo no se asocia a la boveda celeste, sino al lugar de la presencia de Dios; incluso la palabra cielo se identifica con Dios mismo. Esto lo podemos ver en los evangelios, donde a veces se intercambia cielo por Dios: “reino de los Cielos”o “reino de Dios” (cf. X. Pikaza). Ser llevado al cielo significa que Jesús está junto a Dios, su Padre. Según lo que nos ha presentado Marcos, la Ascensión del Señor es despedida y final de un tiempo, el de la pascua; también es plenitud, porque entra en comunión de vida con Dios, y es esperanza de un futuro con Él para todos los que recorren su camino. El Catecismo de la Iglesia Católica, refiriéndose a esta verdad dice: «Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente» (CEC 666).

La fiesta de la Ascensión nos muestra el camino hacia la “casa común definitiva”. Mientras lo recorremos, tenemos una tarea que Jesús nos ha dejado: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). Jesús resucitado es el Evangelio, él es la buena noticia, anuncio de vida para los pobres. Desde aquí comprendemos la importante tarea encomendada de ir a toda la creación. Si el Evangelio es un anuncio para los pobres, en este siglo hemos de incluir a nuestra hermana tierra, como la encíclica Laudato si’ lo refiere: “entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto (Rm 8,22)”» (LS 2). Ser buena noticia para la creación nos lleva a reconocerla como una hermana, con la cual compartimos nuestra existencia (cf.LS 1), a la que le debemos respeto y cuidado.

Sin duda alguna, la solemnidad de la Ascensión amplía la tarea encomendada por el que ha sido elevado a los cielos. Parafraseando la frase ya citada podríamos decir: “cuidar de nuestra casa común, con la mirada puesta en nuestra casa común del cielo”. La misma encíclica, con toda claridad nos dice: «Al final nos encontraremos cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con nosotros de la plenitud sin fin» (LS 243). «Mientras tanto, nos unimos para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno que hay en ella será asumido en la fiesta celestial» (LS 244).

Hna. Gladys de la Cruz Castañón HCJC

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