Somos una sociedad hiper estimulada, vivimos en un mundo de oferta infinita y, sin darnos cuenta, nos enrolamos en continuas compras, en el seguimiento de la moda que viene, en la obtención de la siguiente experiencia, etc. Las consecuencias las padecemos: estrés, inseguridad, problemas económicos, sensación de no controlar la vida, etc., y no pocas veces terminamos con una íntima insatisfacción en todo. Buscamos algo más.
En este contexto me llama la atención el surgimiento de nuevos movimientos que escapan de esta vorágine consumista, tienen sed del infinito, y viven desde otras opciones más equilibradas. Mencionaremos algunos.
- Vida sencilla (simple living): ellos se proponen eliminar de la vida los elementos superfluos.
- Anticonsumistas: denuncian el consumismo desaforado, son proambientales y defienden el derecho de los consumidores.
- Desaceleración (downshifting): valoran la racionalización del tiempo y del ritmo de vida en pro de la felicidad.
Y la lista podría seguir. En estas búsquedas descubro el anhelo innato de plenitud que Dios ha inscrito en nuestros corazones y que la cultura actual va opacando. El Evangelio de este V Domingo de Pascua nos lo recuerda en la llamada a dar fruto abundante.
Jesús, como buen pedagogo, al dirigirse a las personas partía con frecuencia de cosas conocidas, de lo que estaba a la vista, y desde aquí señalaba realidades trascendentes y actitudes a asumir (cf. DC 200). La imagen de la vid, los sarmientos y el viñador que escuchamos en este domingo es un ejemplo de ello. Jesús dice de sí: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador» (Jn 15,1). El Padre es el diestro labrador que interviene en el cuidado de la vid para que dé fruto, que es su capacidad nata.
Jesús es la cepa que ha sido cultivada con dedicación y por eso da frutos a través de sus sarmientos o ramas. Él nos compara con las ramas revelándonos el vínculo tan profundo y vital que nos une a Él. En el plano espiritual, la unión se da por la savia divina que nos recorre y que se manifiesta en nosotros con proyectos vitales y capacidad creadora.
Entonces, ¿cómo es que también somos capaces de cultivar proyectos de no vida? Jesús, el maestro, nos lo aclara: si las ramas no estamos unidos a Él, nos secamos; la linfa divina que corre dentro de nosotros se corta y perdemos la capacidad creadora y protectora que recibimos como don. Jesús quiere que demos fruto abundante, nuestra plenitud es la gloria del Padre: «Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos» (Jn 15,8). Es pues una característica del discípulo el desborde de vida y de comunión con el mundo que lo rodea.
Por eso, como discípulos de Cristo Jesús, necesitamos ser podados de ideas y de actuaciones que nos meten en círculos viciosos y nos enfrentan con el mundo, con los hermanos y con nosotros mismos. Necesitamos cultivar nuevos pensamientos positivos acerca de la vida, de la sociedad y de la relación con la naturaleza. De otro modo, seguiremos siendo presa del paradigma consumista que se transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes del mercado (cf. LS 216). Dicho paradigma nos atrae poderosamente pero nos roba la paz, nos enfrenta con los otros y con nuestro mundo. En definitiva, nos corta la linfa de la vida divina que corre por nuestras venas. Permanezcamos unidos a la Vid verdadera que es Cristo, garantía de fruto abundante y plenitud de vida para ser compartida.
Hna. Gladys de la Cruz Castañón HCJC
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