viernes, 17 de septiembre de 2021

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE EL TRABAJO?

En la sociedad de Jesús el trabajo no tiene una concepción tan sacral como después se ha tenido en la iglesia o en la misma sociedad (base de la dignidad). Es, simplemente, el modo de sobrevivir y se refiere, casi en todos los casos, al trabajo manual (hasta los mismos fariseos aprendían un oficio para no vivir de la ley, según 1 Tes 2,9.

El trabajo de las clases bajas (Jesús si es hijo de un artesano es uno sin tierras, bajo en la pirámide social) es precario y casi sin regular. Fundamentalmente agrícola (más allá de servicios como la construcción) y, en el caso de Galilea en relación con la pesca del lago. El pastoreo y la vid como trabajos propios de todo país mediterráneo. 

  • Según Mt 13,55 Jesús era el hijo de un tekton, un obrero manual, un peón sin especializar que, posiblemente, habría trabajado en las grandes obras romanas de Cesarea y Séforis. No se sabe muy bien porqué su trayectoria de predicador itinerante apunta más a las aldeas que a la ciudad. De cualquier manera, parece que fue uno que vivió del trabajo de sus manos. El que fuera “hijo del carpintero” (Mt 13,55) puede apuntar a trabajos artesanos o puede referirse a asuntos sinagogas (el rabino como el constructor de la ley, según Geza Vermes).
  • Según Mt 4,20 Pedro y Andrés estaban en plena faena de pescadores cuando fueron llamados, lo mismo que Juan y Santiago. Jesús se rodea de gente trabajadora, predominantemente del gremio de los pescadores por andar por la zona de Cafarnaún (Lc 4,1). Gente trabajadora y algo tosca (recordar las imágenes de Pedro que pinta Caravaggio).
  • En Jn 4,33-38 se habla del trabajo de unos sembrando y de otros recogiendo, aludiendo a la predicación de la misión primitiva cristiana. Es un indicio de que los evangelios, como Pablo, consideran la predicación itinerante un trabajo ligado al reino.

Texto: Mt 25,14-30: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».

  • Siempre se ha leído este pasaje en modos productivistas: Dios te ha dado una serie de talentos, de valores, tú tienes que hacerlos producir en la mayor cantidad posible. No se pregunta por qué ni para quién. Tú, obedece y produce.
  • El hombre que se va de viaje no es ninguna joya, además de ser rico: siega donde no siembra, recoge donde no esparce. Es decir, es un “todo para mí” neto (en Lc 19,11-28 es todavía peor: un rey ambicioso y vengativo): las ganancias son para engrosar sus haberes no para beneficio de otros, por más que premie la labor de los productores prometiéndoles ponerles al frente de mucho.
  • Pero al de un talento se le enciende una bombilla: ¿para quién produzco? Para un tirano. Y toma una decisión drástica: no quiero trabajar para un opresor ambicioso. Ni siquiera voy a darle el gusto de que el banco le pague los intereses. Devuelve el denario tal cual y corta con el sistema. Éste, que no es manco, lo rechaza y lo excluye. El trabajador lúcido que ha descubierto el para quién prefiere vivir en las tinieblas de su libertad que en la “luz” del sometimiento. Un adelantado del trabajo decente. El sistema premia al que tiene diez para que no se le ocurra seguir los pasos del que devuelve el uno. Esta interpretación ya la proponía Eusebio de Cesarea, padre de la Iglesia, en el siglo IV.

Aplicación: El trabajo decente como elemento de cohesión social. El trabajo es hoy, en las sociedades modernas, un elemento de disgregación social. La lucha por el empleo es muy parecida a la lucha por la vida. No es de extrañar que los modos sociales que engloban la mística del trabajo, los sindicatos, no solamente estén en crisis de afiliación sino, incluso, en crisis de sentido. Con una clase obrera profundamente fragmentada y dispersa, con la mayoría de los trabajadores en precario, con una patronal crecida y con los viejos partidos obreros habiendo perdido esa condición, los sindicatos están obligados a asumir funciones que van más allá de los intereses de sus afiliados y que van también más allá de concebir los centros de trabajo como el núcleo fundamental de la lucha. Para muchos obreros, el sindicalismo está desprestigiado. Esto ha abierto la veda de un individualismo laboral que se ve corroborado por la “indecencia” del trabajo temporal. La lucha por el empleo es cruel.

Podría ser de otra manera: el trabajo decente podría ser elemento aglutinante porque con él se eleva el nivel de dignidad, verdadero pegamento de la vida en sociedad. Con claridad lo dicen quien inventó la noción de trabajo decente: “No se trata simplemente de tener un trabajo para tener un ingreso y un nivel de vida material como en la concepción tradicional del empleo. Se trata del trabajo como fuente de autoestima y de dignidad personal, de paz en la comunidad y de cohesión en la sociedad”. El trabajo decente sería, pues, una de las fuentes principales de cohesión social, sabiendo que existen también otra clase de factores que cumplen esa función.

De ahí que este trabajo contribuiría a calmar las convulsiones sociales de las que, generalmente, nada se saca en positivo. Es cierto que las situaciones convulsión social coinciden con situaciones de precariedad laboral. Todos sabemos que las convulsiones se producen con más agudeza cuando los beneficios económicos no llegan a la gente en modos equitativos. En esas situaciones el trabajo decente puede vehicular tales beneficios. De tal manera que “el trabajo es un medio para vivir, en primera instancia, pero debería ser un medio clave para la formación de la sociedad”.

Por lo demás, el trabajo decente no puede cumplir su función de cohesión social en un ambiente de desigualdad económica. Por ello, si se quiere incidir en el valor dignificador del trabajo esto tiene que ir acompañado de una lucha a brazo partido contra la desigualdad que ha asentado sus reales en la sociedad neoliberal desde hace siglos y que esa desigualdad tiene cada vez más hondura. Como decimos, pretender un trabajo decente que cohesione la sociedad en una sociedad fragmentada por la desigualdad es imposible. Pero también hay que decir que “la desigualdad no está en los genes, no es una fuerza telúrica irresistible ni una maldición de los dioses: es producto de decisiones políticas. Y las decisiones políticas puede y deben cambiarse, también con la política”.

Fidel Aizpurúa, capuchino

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