Septiembre nos marca el inicio del nuevo curso pastoral y escolar. Hay quien afirma que este curso será un curso pos-COVID. Esperemos que así sea.
Deseamos que, poco a poco, vaya desapareciendo el virus y superemos esta pandemia. Constantemente está en nuestras conversaciones, en los medios de comunicación, y cada día somos más conscientes de la situación tan complicada que se ha creado a nivel mundial.
A nivel individual y personal también nos ha afectado y nos sigue afectando más de lo que quisiéramos, pues de uno u otro modo nos ha afectado por dentro. Nos ha cuestionado muchas cosas, nos hemos preguntado sobre el sentido de la vida y de la muerte. Hemos vivido experiencias de angustia, temor, impotencia y sinsentido. El miedo ha sido uno de los protagonistas de este tiempo, pues se ha hecho especialmente real y palpable ante lo que no podemos entender o controlar. No sólo tenemos miedo al virus, sino también al sufrimiento de quienes están enfermos o viven solos. Miedo a perder el trabajo, miedo a las secuelas generadas, etc.
Este tiempo y este virus nos ha hecho caer en la cuenta de que nadie se salva solo. El Papa Francisco, en uno de sus sermones decía que en los últimos momentos de la vida de Jesús es lo que le pedían a Él algunas personas: “Sálvate a ti mismo”. Es la tentación que nos amenaza a todos, también a nosotros, los cristianos. Es la tentación de pensar sólo en protegernos a nosotros mismos, o al propio grupo, de tener en mente solamente los propios problemas e intereses, mientras todo lo demás no importa. Es un instinto muy humano, pero malo, y es la última provocación al Dios crucificado.
En esta situación tan difícil se activa en nosotros “lo último que se pierde”, como es la esperanza. Cuando los cristianos hablamos de esperanza no nos referimos solo a ilusiones, ni pensamos únicamente en que algo bueno sucederá. Volvemos la mirada hacia atrás y reconocemos todos los momentos en los que hemos sentido la presencia de Dios acompañándonos en nuestra propia vida. Eso mismo nos da la confianza de que también Dios nos acompañará en el futuro. La esperanza se basa en la experiencia que tenemos cada uno de nosotros del amor y de la fidelidad que Dios nos ha demostrado en nuestra vida y en nuestra historia, pero también en el trabajo que hemos realizado cada uno de nosotros y en la responsabilidad a la hora de afrontar la vida.
Este comienzo de curso, de programaciones e iniciativas, tendremos que seguir planteándonos cómo no tener miedo y cómo construir esperanza transformando el miedo en amor y cuidado por los demás.
Benjamín Echeverría, capuchino
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