Iniciamos la Cuaresma; y lo hemos hecho con una ceremonia que invitaba a la reflexión y a la decisión: la imposición de la ceniza, acompañada de unas palabras de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio”.
Conversión, una palabra muy usada, pero una realidad quizá todavía por estrenar y, en todo caso, aún no concluida. Una palabra a la que ya nos hemos acostumbrado, pero que, sin embargo, es palabra de Cristo que hay que proclamar “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2), y que, también, hay que rescatar de un uso rutinario y ritualista. Un tiempo que hemos de vivir a la luz de la palabra de Dios, una palabra íntima y de intimidad.
Las lecturas bíblicas de este domingo nos hablan de la fe en un Dios cercano al hombre, un Dios “convertido” en acompañante permanente de su historia, presente en todos sus avatares. Una fe que es confesión agradecida de la experiencia de Dios en la propia historia (1ª lectura), porque el Credo no puede reducirse a un enunciado teórico. En toda profesión de fe hemos de reconocernos personalmente implicados. Todo “credo” debe tener su “historia” personal.
La verdadera fe, además, debe llevarnos, como nos recuerda san Pablo (2ª lectura), a la coherencia, a sintonizar los labios y el corazón (“Este pueblo me honra solo con los labios…” Is 29,13; cf. Mc 7,6).
Y, finalmente, toda fe verdadera necesita pasar por la prueba, verdadero control de calidad. También la fe de Jesús fue probada (Evangelio).
Como el primer hombre, y como todo hombre, Jesús estuvo expuesto a la tentación. ¡Y a qué tentaciones! La del materialismo (1ª), la del poder (2ª) y la de la religión (3ª), que pretende convertir a Dios en paracaídas al servicio de la propia vanidad. Y no fueron estas las únicas: “El demonio se marchó hasta otra ocasión”. Jesús fue tentado hasta el final de su vida, hasta la cruz (Lc 23, 37).
Pero Jesús no solo venció la tentación sino que la iluminó, la desveló. Y así nos enseñó no sólo a vencer sino a cómo vencer. Vencer la tentación no es solo no consentir, decir no, sino iluminar esa situación tentadora, desenmascarar su ambigüedad y su mentira, pues toda tentación se presenta como salvadora y portadora de felicidad. No hay que huir, sino hacer frente; huyendo se rehúye la solución. Jesús nos ha enseñado a afrontar la tentación desde la oración -“No nos dejes caer en tentación” (Mt 6,13)-, desde los criterios de la palabra de Dios y desde la decisión responsable.
La Cuaresma no debe ser el tiempo del NO, sino del SÍ. Tiempo para decir SÍ al Señor, SÍ a su palabra, SÍ a su amor, SÍ a su voluntad. Debe ser un tiempo constructivo, dejándonos construir, modelar y reconciliar por Dios. Es, como hemos pedido en la primera oración de la misa, el tiempo para avanzar en el conocimiento del misterio de Cristo y para vivirlo en su plenitud. Así será el tiempo favorable, el tiempo de salvación del que nos habla san Pablo.
REFLEXIÓN PERSONAL
- ¿Cómo afronto la Cuaresma?
- ¿De qué tengo hambre?
- ¿Cuáles son mis tentaciones radicales?
Domingo Montero, capuchino
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