miércoles, 2 de marzo de 2022

MIÉRCOLES DE CENIZA

La Cuaresma es tiempo de conversión a la fraternidad. Convertirnos a la hermana, al hermano, especialmente vulnerable y herido. Fraternidad quiere decir mano tendida, respeto, escuchar con el corazón abierto, compartir miedos y esperanzas.

La Cuaresma es tiempo para creer y abrir las puertas a Aquel que viene a nosotros con su pobreza, pero lleno de “gracia y verdad” (Jn 1,14) para convocarnos a un “nosotros” que es más fuerte que la suma de pequeñas individualidades. Creer en el hermano excluido para que se sienta acompañado, fortalecido, animado a seguir hacia delante.

En este contexto que nos toca vivir, donde que todo parece frágil e incierto, la Cuaresma es tiempo de esperar y aprender a vivir con la certeza de que, incluso en las noches más oscuras, la realidad está sostenida y habitada por la presencia de un Dios que nos invita a soñar y vivir la Pascua de la fraternidad. Esperar en el hermano empobrecido, incluso en sus situaciones más desesperadas, para abrir con él esa “grieta” por donde entra la luz, indicando la puerta de salida.

La Cuaresma es tiempo de amar desde ese el impulso del corazón que nos hace salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro y crear vínculo y comunión: amar al hermano empobrecido para hacer alianza con él en el combate contra la desigualdad y la exclusión; y caridad para cuidar a quien se encuentra en una situación de sufrimiento, angustia y abandono; una caridad que sabe de compasión y dignidad y que, con su dinamismo universal, rompe barreras y fronteras para construir ese mundo en el que quepamos todos. ¡Hermanos todos!

El Señor nos regala una Cuaresma para crecer en fraternidad, para “pelear” la vida juntos, para construir una comunidad de hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan unos de otros.

Vicente Martín Muñoz
 
 

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