domingo, 20 de marzo de 2022

NUEVAS OPORTUNIDADES

Entre los judíos estaba muy extendida la creencia de que las desgracias personales, las catástrofes o las enfermedades eran castigos de Dios por pecados cometidos. Jesús aprovecha la noticia de dos desgraciados acontecimientos recientes para hacer ver a sus contemporáneos que tales desgracias son totalmente ajenas a la voluntad de Dios, y explicables por otras razones: la intolerancia política de Pilato o el derrumbamiento casual de la torre de Siloé.

Empequeñecemos a Dios proyectando sobre él nuestros limitados modos de pensar y existir. Arrojamos balones fuera, cuando responsabilizamos o atribuimos a Dios lo que deberíamos asumir e interpretar desde nuestras responsabilidades o limitaciones. Y, además, actuamos injustamente, al convertirnos en jueces inmisericordes del dolor ajeno, interpretando las desgracias como castigos divinos.

Dios no hace sufrir, aunque esté presente en el sufrimiento y lo permita. Él no es causante del sufrimiento, sino confidente del que sufre. Más bien Él es vulnerable, sensible al dolor del hombre. “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos” (1ª lectura). Así se presenta Dios; que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf. Ezq 18, 23). Eso es lo que quiere Dios: que el hombre viva.

Jesús vino para eso: para que tuviéramos vida “y una vida abundante” (Jn 10,10), de calidad. Y para eso es necesaria la conversión.

El tiempo litúrgico de la Cuaresma quiere ser una memoria viva y permanente de esa necesidad. Que no es reductible a una serie de prácticas superficiales y aisladas, sino a una decisión fundamental y preferencial por Él. Y todos necesitamos encontrar y entrar en ese camino, en esa dinámica, pues “si no os convertís, todos igualmente pereceréis” (Evangelio). Por tanto, concluye S. Pablo: “el que se cree seguro, ¡cuidado! No caiga” (2ª lectura).

Y no se trata de atemorizar, sino de una llamada para que despertemos a este maravilloso tiempo de gracia, de amor, de perdón y reconciliación que Dios nos otorga. Esto es lo que quiere decirnos la parábola de la higuera infecunda: Dios es inaccesible al desaliento, siempre mantiene una expectativa; es un pertinaz creyente en el hombre, al que ama apasionadamente.

Frente a nuestras impaciencias -nos gustaría arrancar, cortar…, en el fondo desesperando de la regeneración propia y ajena-, la estrategia de Dios, el viñador, es abonar, cuidar y esperar un año más, no para crear falsas esperanzas sino para que de una vez nos decidamos a dar fruto. “No es que el Señor se retrase, como algunos creen, en cumplir su promesa; lo que ocurre es que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que se pierda alguno, sino que todos se conviertan. Pero el día del Señor llegará” (2 Pe 3,9-10).

Dios es un Dios dador de oportunidades. La historia humana, nos dice la Biblia, se abrió con una gran oportunidad de Dios al hombre para que se realizara en plenitud: el paraíso. Y el hombre la perdió (Gen 2,4b-3,24). Pero no fue esa la única ni la última. Dios siguió empeñado en dar nuevas oportunidades. El arca de Noé, la alianza mosaica, la tierra prometida, la palabra profética…, fueron otras tantas oportunidades. “¿Qué más se puede hacer ya a mi viña, que no se lo haya hecho yo?” (Is 5,4). Pero el rechazo contumaz del hombre no bloqueó la iniciativa divina.

Llegada la plenitud de los tiempos llegó la oportunidad definitiva: Jesucristo; él es la gran oportunidad en la que regenerarnos y regenerar nuestra vida. Con sus actitudes y parábolas intentó abrirnos los ojos (Mc 4,26-29; Mt 13,24-30.36-43; Lc 15,11-32). Pero tampoco fue escuchado en su momento: “¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no habéis querido!” (Mt 27,37).

Y cuando parecía que todas las puertas se cerraban, la resurrección de Cristo las abrió definitivamente. El hombre tiene abierta la posibilidad de vivir en la órbita de Dios. La oportunidad sigue abierta: la conversión al Evangelio. Un año más Dios ha venido a buscar fruto…; no le decepcionemos.

REFLEXIÓN PERSONAL
  • ¿Qué lectura hago de la vida?
  • ¿Doy oportunidades para la recuperación de situaciones aparentemente perdidas?
  • ¿Exijo ser lo que yo no soy?
Domingo Montero, capuchino
 

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