No parece que esta sea la forma de vida que nos encontremos ahora, ni siquiera la encuentro siempre en mí. Sin escudo, sin arma que le defendiera, se dejó llevar y eligió danzar sobre las olas de la vida, de esta vida que en algunos momentos aprieta y nos pone frente a las cuerdas.
Para esta semana aparece una propuesta muy del día a día. Toca estar atentos a lo que el otro necesita sin que llevemos puesto un escudo que de primeras genera una distancia. Dejar al otro hablar, expresarse , sin que estemos elaborando ya en nuestra mente el próximo comentario que nosotros queremos hacerle. No adelantarnos a lo que creemos que alguien nos quiere decir y de lo que pensamos que nos vamos a tener que defender cuando la realidad es que no hay ataque.
Más que nunca, cuando este mundo se mueve por los intereses de una y otra parte surge un grito de protesta en favor de los pacíficos y de los que no juzgan. De los que no se adelantan y no dan el primer paso que da lugar al conflicto. Es la hora de la espera fecunda en la que el silencio de una parte da lugar al compartir de la otra y la intención de unos no lleva al juicio injusto de los otros.
Es la hora de romper una lanza por los que saben esperar, callar y respirar. Es la hora de Dios.
Clara López
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