martes, 7 de marzo de 2023

RATIO FORMATIONIS: EL SENTIDO

Dios, amando, crea al ser humano y le invita a vivir, le regala la libertad, otorgándole de este modo la capacidad de construirse a sí mismo (1R 23,1). Esta lógica de la creación nos enseña que vivir consiste en asumir la responsabilidad del camino, en dar forma a la propia existencia, tratando de descubrir nuestra vocación: aquello que el mundo está esperando de nosotros, el regalo que el Creador nos da. La vida es don que exige nuestra responsabilidad.

El centro del Evangelio es la forma de vida de Jesús, quien eligió no agotar la propia existencia en beneficio propio, sino viviendo para los demás (Flp 2, 6-11; 2CtaCl 19-20). En él descubrimos que la vida consiste en el arte del encuentro. Jesús, abriéndose a Dios y haciendo de sí mismo una puerta abierta al encuentro con los otros, nos enseña cuál es la paradoja del cristiano: quien guarda la vida la pierde, y quien la da la gana para siempre (Jn 12, 24-25).

¿A quién no le gustaría ser un gran caballero? En su juventud, Francisco no sueña con otra cosa: ser el más grande, el más poderoso, el más admirado. Parece estar en posesión de todas las respuestas, hasta que un día se enfrenta a la guerra y experimenta el sufrimiento y la sombra de la muerte. Los sueños se convierten en pesadillas. Cae prisionero en la batalla de Collestrada y, en la cárcel de Perusa, descubre que el mundo no es como él piensa. A la experiencia de la cárcel, sigue la enfermedad, la crisis y la pérdida de sentido: ante su vista aparecen solo conflictos y enemigos, fragmentos de un mundo roto. Se siente perdido (1C 3; TC 4; 2Cel 4).

Cuando las cosas pierden sentido la vida se llena de miedos, que se adueñan de nosotros y nos impiden saber quiénes somos. Entonces, surgen sentimientos que no conocíamos y que nublan nuestro camino: el ansia de poder, el afán por competir, la tentación de la exclusión. La falta de sentido se convierte en soledad y la soledad, convertida en egoísmo, nos impide ver quiénes somos (2CtaF 63-71). Sin embargo, en el fondo del corazón humano late siempre el deseo de Dios.

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