Todos tenemos experiencia de haber recibido cosas importantes en la vida, las cuales no son mero fruto de nuestro esfuerzo. Y aunque lo sean, encontramos una cierta desproporción básica entre el empeño puesto por nosotros y lo recibido. Así, estamos agradecidos por nuestras capacidades, por las oportunidades que la vida y las personas nos han brindado, por el cariño recibido, por la confianza puesta en nosotros, etc. Son cosas que agradecemos de corazón. Agracemos por todo aquello que nos coloca en alguna posición en la vida: un amor, una capacidad, un logro, una posibilidad…
Sin embargo, hay otro tipo de agradecimiento, que asumiendo todo lo anterior, se da incluso cuando uno se siente pequeño y pobre. Se da cuando en la vida uno descubre que todo lo vive sostenido por alguien que lo precede. No es fruto de un logro, o de alguna capacidad, o de haber conseguido algo por fortuna, sino que toda la existencia la percibe como inmerecida y con gozo; un gozo que hace que la vida y sus cosas, incluso las que estorban y distorsionan en más de una ocasión, merecen la pena vivirse. Es el agradecimiento humilde del que sintiéndose pequeño se vive amado previamente a todo y después de todo. Parece un contrasentido, pero ser pobre, sin méritos y amado gratuitamente, hace que la vida se sostenga en alguien más allá de mí. Es el agradecimiento humilde que vivió Francisco: “Te alabo, Señor, por…”
Carta de Asís, abril 2023
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