El relato de la pasión que leeremos esta tarde es el resultado, la suma de sus opciones. Le llevaron al desastre. Y, aunque en el relato de san Juan que escucharemos hoy parece que Jesús no pierde los papeles, él mismo se sintió perdido y abandonado, por más que el Padre estuviese a su lado como nunca lo había estado.
Esas opciones de entrega, quizá sin saberlo, apuntaban a nosotros. Querían decirnos que el dolor del otro me concierne y que quien entiende bien a Jesús hace suyo dolores que son de otros. Así, la respuesta que damos al sufrimiento del otro desvela qué tipo de persona y de creyente eres: ¿te importa el sufrimiento del otro? Eres buena persona y buen creyente. ¿No te importa? No lo eres. Más que sacrificado por ti, Jesús ha muerto para que tú también te impliques en la vida de los que no tienen tanta suerte.
Entre los primeros franciscanos hubo uno, el hermano Ángel, que fue soldado. Cuenta que se hizo compañero de san Francisco porque un día, cuando colgaban a uno por ladrón, vio que Francisco pugnaba con los soldados por liberar al que iban ahorcar. “Es mi hermano”, repetía. Ángel no entendía que un ladrón convicto pudiera ser hermano de nadie. Hasta que comprendió, como Francisco, que, de alguna manera, el dolor de otro, aunque se lo merezca, me concierne.
Esto es lo que celebraremos esta tarde, la entrega de Jesús por sus opciones y la responsabilidad nuestra ante el caído en el camino. Las dos cosas. Por un lado, agradecemos incansablemente a Jesús su entrega. Por otro nos hacemos la pregunta de si nos van interesando cada vez más los sufrimientos ajenos. Ambas cosas van unidas.
Para la reflexión personal:
- ¿Has oído alguna vez eso de que Jesús se sacrificó por nuestros pecados? ¿A qué te sonaba?
- ¿Qué te parecen las opciones de Jesús de estar al lado de los que sufren?
- ¿Qué añade la frase “Jesús murió para que tú” a la que habíamos oído hasta ahora: “Jesús murió por ti”?
- ¿Qué sufrimientos ajenos te interpelan? ¿Cómo te interpelan?
- ¿Qué es más importante, la cruz o los crucificados?
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