Pero esta idea ha estado siempre. Dios nos ha pensado como parte de un pueblo en el que todos estamos llamados a caminar juntos. Lo vemos en la Iglesia, en nuestras familias, en la sociedad y también en el deporte. Ningún atleta alcanza el objetivo propuesto por sí solo. Todos necesitan del esfuerzo y la colaboración de su equipo, del entrenador, y de todos aquellos que están a su lado, animándole y desafiándolo en su crecimiento.
Nuestra fe sólo tiene sentido cuando la vivimos juntos. Es un camino compartido, con todos. Jesús no llamó a un solo discípulo, sino a doce. No nos dejó un mensaje para vivirlo en solitario, aislado de los demás, sino para construir comunidad. En los momentos de dificultad, en las derrotas y caídas, necesitamos del otro, necesitamos de su cercanía, comprensión y empatía. La verdadera victoria no es la personal, sino aquella que nos impulsa a levantar a los demás, a caminar juntos y a no dejar a nadie atrás.
Hoy, el mensaje del Papa Francisco sigue siendo una invitación. ¿Cómo estamos ayudando a los demás a levantarse? ¿A quiénes necesitamos para seguir adelante?
Javier Bailén, sj
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