viernes, 27 de diciembre de 2019

NOSTALGIA Y ESPERANZA

Todos tenemos, de un modo u otro, el recuerdo entrañable de alguien que ha sido importante en algún momento de la vida: un amigo, nuestros padres, algún profesor... ¡Qué no daríamos por volver a estar con esa persona, conversar, saber de ella! Quizá ya no pueda ser posible porque está lejos, o ha fallecido. Pero queda esa nostalgia agradecida.

Hay una forma de mantener la relación con esa persona que no supone una presencia física como nos gustaría. Dicha relación se da cuando somos fieles a aquello que vivimos juntos, a esa relación que nos marcó. Es posible que algunos lean esa fidelidad como terquedad, como una reducción al mero recuerdo para no asumir que aquello pasó, que la relación ya no es posible. Sin embargo, también se da la fidelidad a aquella persona para mantener vivo lo mejor de lo que uno mismo es, ya que fue aquella relación la que despertó en nosotros lo que ahora somos. Así, si no mantenemos esa fidelidad traicionamos lo más auténtico de nosotros mismo.

Esta especie de nostalgia de aquella relación vivida, y que sigue marcando nuestra vida hoy, señala que dicha relación sigue vigente, aunque de otro modo. Si hubiera caducado, nuestra vida actual no haría ningún tipo de referencia a aquella relación. No; no podemos negar que la nostalgia nos hace vivir, y vivir con sentido y gozo. Es más; incluso nos abre a la esperanza de que aquello vivido se nos dará en el futuro, aunque ahora se nos escapen del todo el cuándo y el cómo.

¡Cuánto nos marcan las relaciones que han configurado nuestras vidas! No digamos nada cuando se ha dado la relación con Dios mismo. En esta sociedad tan secularizada donde Dios ha desaparecido del horizonte, hay muchas personas, más de las que pensamos, que añoran a Dios. Y no precisamente como reacción al ambiente de increencia en que se ven envueltas, sino como esperanza fiel a lo mejor que les ha sucedido en sus vidas.

Carta de Asís, diciembre 2019

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