martes, 11 de febrero de 2020

LA IDENTIDAD DE LOS DESCARTADOS

Son muchas las estrategias que la mente nos proporciona para ordenar todos esos mensajes, para suprimir, resaltar... y es que podríamos hacer un paralelismo entre nuestro cerebro y el típico procesador de textos que utilizamos para escribir en el ordenador: resaltamos acontecimientos relevantes con colores vivos, suprimimos lo irrelevante o redundante y “copy-pasteamos” aquello que queremos rescatar de un momento y relacionarlo con otro suceso.

Puede ser que esta sobrerepresentación de muchas cosas rodeándonos y contradiciéndonos a cada rato, nos haga temer por perder singularidad. ¿No me diluiré entre tanta marca y personaje? Pareciera que en medio del barullo hemos optado por levantar el dedo para pedir turno y decir: “Ojo, que aquí estoy yo con mis circunstancias”. Por eso muchos hablan de la importancia de construir y de hacer notar nuestro propio relato, de significar nuestra identidad.

Definirse es distinguirse, porque muy habitualmente la identidad se remarca en contraposición al otro. Yo soy entre otras cosas lo que no soy, o yo soy porque el otro existe y mis limites son aquellos que se dibujan entre lo mío y lo suyo. La polarización es un hecho innegable que se basa justamente en eso. Me defino en oposición al otro. Cabe preguntarse porqué tanta necesidad de subrayar la identidad propia o si eso no obedece más bien a una manifestación de las dudas, inseguridades y complejos sobre lo que uno es o quisiera ser.

Sin embargo no es la única manera ya que cabe también definirse no por lo que soy sino por lo que querría ser. Yo soy entre otras cosas lo que deseo ser, mis expectativas, sueños y anhelos. Y como soñar es gratis, de lo poco que queda fuera del alcance del capital, inventamos utopías que ruegan por iluminar la limitación de nuestro ser en el mundo.

Por último, existe una tercera forma de definirse, una última manera por la que nuestro ser se pretende encontrar en la maraña de seres con los que convivimos: soy entre otras cosas lo que seré. Y es que la vida, es por definición algo más que un instante. Un proceso, un viaje. Y si en el ahora, en donde estoy, influyen aquellos versos de Machado sobre lo ya caminado, en lo que soy influye también el camino por recorrer. No es este un espacio para los deseos (el desear ser obedece a la segunda categoría), sino un espacio de certezas. Yo seré viejo, yo seré polvo, yo seré débil en la pérdida de mis facultades.

Recapitulando... soy lo que no soy, soy lo que deseo ser y soy lo que seré.

Puede ser un juego agradable pensar en uno mismo en esos tres aspectos pero además os proponemos que penséis no solamente en vosotros sino en aquellas personas que veis durmiendo en la calle (por ejemplo en Madrid, alrededor de 50 duermen a diario este invierno porque la administración tiene a bien decirnos que no puede más), aquellas personas a las que les cuesta cruzar la calle porque los años hacen mella en sus caderas (por ejemplo en los más de 850.000 mayores que viven solos en España sin que exista ningún plan a medio plazo para afrontar el envejecimiento poblacional)... pensad en los anhelos y futuros de aquellos a los que ni siquiera les permitimos levantar el dedo para llamar nuestra atención. ¿Quiénes pueden ser si su condición no les permite soñar siquiera?

Lo fácil es negarles la identidad... porque parece que no son, parece que no desean y parece que no serán... La integración de sus frágiles cuerpos y de sus utopías en la agenda colectiva es fundamental para que se definan también en clave de futuro.

El derecho a soñar que una vez reclamó Galeano en uno de sus poemas es también el derecho a soñarse, a proyectarse. Uno de los sentidos más profundos de la soledad en los mayores es justamente ese, el sentirse solos al no poder acompañar su imagen del ahora en lo que algún día serán.

Xavier Parra

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