domingo, 23 de febrero de 2020

¿INDIFERENTE AL DIFERENTE?

Hoy el evangelio nos habla de marcar la diferencia. Pero una diferencia diferente. Me explico.

Nuestra época es curiosa. Exaltamos la diferencia, el derecho a ser diferente. Se va haciendo viral esta frase: “No se trata de tener derecho a ser iguales sino de tener igual derecho a ser diferentes”.

Pero me da la impresión de que aceptamos la diferencia con tal de poder seguir siendo indiferente a esa diferencia. Sí, creo que esa es la única aceptación de la diferencia que aceptamos, y hacerlo está ya a nivel de los más grandes principios pseudo-espirituales del momento. Aceptamos todas las diferencias, cuantas más mejor pero con una condición: que no me molesten, que no me hagan pensar, que no me cuestionen… que pueda ser indiferente a esa diferencia, que no me haga pensar en qué novedad me aporta o que contradicción descubre en mí.

En cambio esas diferencias que me incomodan, esas las destruimos y nos inmunizamos ante ella con nuestra indiferencia.

Hubo tiempos en que algún filósofo llegaba a reconocer que “el infierno son los otros”: se reconocía la tremenda molestia del otro. Hoy en cambio, los otros están ahí fuera, y no son ni infierno, ni misterio, ni deseo, ni amigo. Son diferentes, son otros, pero su alteridad no nos saca de nuestro egocentrismo. Más que diferentes son indiferenciados.

A ver si me hago entender mejor con algún ejemplo: la convivencia de una pareja que se quería asumía la diferencia y la integraba. Hoy parece que cualquier negatividad surgida de las necesarias diferencias a compatibilizar en la relación, puede ser excusa para dar por terminada la relación. Tú ahí con tu diferencia, que yo sigo con la mía. Se da por sentado que el amor no puede funcionar, a causa de las diferencias.

Los inmigrados que se sueñan iguales a nosotros y nos traen su diferencia, son expulsados con nuestra indiferencia, que no abre puertas a su fuerza de trabajo, ni a sus espiritualidades, ni a sus hambres de amistades, ni a sus hambres de comida. No, su diferencia cuestiona, y por eso no se aceptan.

Y tampoco gusta, no, nuestra diferencia de cristianos, y se nos castiga sin persecución, con la indiferencia. Se nos neutraliza con un gran deseo de aceptar al diferente siempre que no tenga esta diferencia inoportuna de amar tanto y a todos/as.

Vuelvo al Evangelio cuando nos invita a hacernos fuertes en esa diferencia: ¿No hacen eso mismo los publicanos? Amar a los que te aman, invitar a los que luego te invitarán a ti, devolver al mal con más mal… ¿no hace eso todo el mundo, aún con sus supuestas diferencias? Se trata de ser diferente para estar en lo profundo con el diferente. Se trata de acercarte al otro y así encontrarte, aprovechar cada encuentro con el otro para beber del otro y su misterio. Dame de beber, decía este Jesús, aun teniendo él mucho que dar.

Y si te ponen pleito, sigue ahí, con una respectividad incondicionalmente positiva hacia la otra persona. Es esa actitud de amar al prójimo como a ti mismo, que copió Jesús de esta primera lectura del Levítico.Es ese amor, tan renovadamente diferente siempre.

Juan Carlos de la Riva

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