miércoles, 19 de febrero de 2020

¡PROFE, ME ABURRO!

“¡Profe, me aburro!”. Esta es la frase más dramática que puede decirte un alumno. Pareciera que el mundo se derrumba, que una maldición magnífica se cierne sobre el aula. Es como si un horror extremo cayera sobre el estudiante.

Detrás de esta queja, de esta necesidad de tener el tiempo ocupado, puede haber un miedo al vacío, al vacío existencial que parece emerger cuando no estamos entretenidos. Supone asomarte al abismo de tu interior y creer que no tienes nada dentro. Y no es solo una cuestión de los jóvenes. También este “horror vacui” lo experimentamos los adultos.

Ese espacio interior que busca ser colmado no conseguimos cubrirlo, por más que lo intentamos, con el entretenimiento, ni con viajes a lugares maravillosos, ni con los ‘likes’ de las Redes Sociales, ni con el éxito profesional o en los estudios, ni con los placeres que se me ofrecen, ni con todas esas cosas que nos prometen los rostros sonrientes de la publicidad: un coche nuevo, un patinete eléctrico, el último Smartphone, esa ropa que me hará tan guapo, una suscripción a Netflix o a Spotify Premium, ni siquiera ese chico o chica tan atractivos. Mucho de esto puede ser muy necesario, pero no llena por dentro, no alimenta nuestro ser.

¿Entonces, cómo conseguirlo? ¿Cómo alimentar ese espacio interior que, a veces, se presenta como insaciable? El salmo 45 dice: “Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, el Señor de universo está con nosotros”. En la experiencia de este creyente ya está presente que su refugio, su fuerza, no la puede encontrar en el éxito, el honor, las riquezas, etc. Ya sabe que el único que le ofrece garantías de una protección que no tiene caducidad es Dios. Porque “el Señor de universo está con nosotros”, es decir, el Señor de la brizna de hierba y el del Everest; el Señor de la bacteria más diminuta y el de la ballena más impresionante; el Señor de las tormentas y de la brisa suave; el Señor del niño recién nacido y del abuelo que ya tiene plenificada su vida, está con nosotros. Es el Señor que se hace presente en cada experiencia vital, por muy insignificante que sea, el que nos acompaña y no nos deja. Es el Señor que nos lleva de la mano en cada instante de alegría o de sufrimiento. Es en cada vivencia sencilla, en la que podemos encontrar la vida que nos llena por dentro. Sólo necesitamos vivir con intensidad y atención –es decir con amor- cada momento. Por eso no tenemos que hacer nada extraordinario para llenar nuestra vida, sino que cuanto más inmersos estemos en cada instante más lo trascenderemos, más lo conectaremos con el Dios de la vida y más sentido cobrará la existencia, nuestra existencia.

Javi Morala, capuchino

1 comentario:

  1. Genial, pero esto lo aprendes con los años y la experiencia de Dios no?

    ResponderEliminar