martes, 25 de febrero de 2020

RECIPROCIDAD

Vivimos en una cultura de la igualdad, al menos en teoría. Ciertamente, nunca se da la igualdad absoluta pero valoramos mucho todo lo que la garantice; que no haya algunos con ventajas a costa de los demás. Esto lo vivimos sobre todo en el ámbito social. En cambio, en terrenos más personales como en la familia, entre los amigos, en la fraternidad la igualdad adquiere otras modulaciones que la hacen algo diversa. No se prima una igualdad fría, racional, totalmente equilibrada donde se nivelan las diferencias sociales, no. Lo que adquiere primacía es la relación interpersonal porque ahí nos jugamos gran parte de nuestra vida.

Así, la igualdad adquiere el modo de la reciprocidad. Es ese modo de relación donde se da y se recibe de continuo, se pide y se agradece lo recibido. Es ese tipo de relación donde se pone en juego lo que cada uno es, no sólo lo que se tiene. Supone además un ejercicio de querer jugar limpio, de continua con versión.

Hay muchos peligros que la amenazan: el resentimiento, atender solo al propio interés, rivalidad, necesidad de prestigio... Es tan fácil caer en el juicio comparativo, en la murmuración, en las discusiones por ver quién tiene la razón, en la reivindicación de derechos... y todo por encima de la misma relación. Hay también otro peligro, pero en otro sentido: que unos se autoafirmen saliendo siempre ganadores de la situación, mientras que otros, los buenos, salen perdiendo, negándose a sí mismos.

Esta reciprocidad tiene un ingrediente que no puede faltar: el amor, el amor de entrega, el amor que sabe de callar, de cuidar; amor que sabe aguantar, agradecer, entender al hermano, a la hermana. Ese amor también sabe de hablar, de verbalizar humildemente las necesidades y de pedir. Ese amor es circular, recíproco..

Carta de Asís, febrero 2020 

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