Pasando de la ficción a la realidad, en el evangelio de ayer vemos que Jesús es contrario a toda violencia, porque la violencia produce más violencia, y así se entra en una espiral de muerte difícil de parar. Jesús dice que la violencia está en el corazón, y por eso hay que procurar estar reconciliado de corazón con el hermano, no estar peleado con él. Quien está enemistado con alguien, ya lo ha matado en su corazón. Parece que quisiera borrarlo del mapa con insultos o menosprecio que agravan la violencia.
Jesús también piensa que la fidelidad que se prometen los esposos en el matrimonio no se limita al cumplimiento de un contrato sino que debe llevar al cultivo del amor. Hay que esforzarse por mantener o recomponer el amor con esos detalles que muestran que se quiere a la persona. La promesa que se hicieron un día los esposos, más que un contrato frío, es un querer ser fiel de corazón al amor primero. En todo caso, los creyentes debemos ayudar a una buena relación y, al mismo tiempo, ser comprensivos y acogedores con los que viven el dolor de una separación, ayudándoles a afrontar la nueva situación.
La tercera recomendación de Jesús en el evangelio de hoy se refiere a la fidelidad a la palabra dada. No podemos prescindir de las garantías necesarias para que no nos engañen. Pero un buen discípulo de Jesús debe ser siempre de fiar. Jesús lo expresa diciendo: a vosotros os basta decir sí o no. No dejarse engañar, pero proponerse no engañar nunca a nadie. En la vida hay situaciones complejas, que no se resuelven con soluciones simplistas, pero la lealtad es propia de todo cristiano y de toda buena persona.
Ha empezado Jesús exhortándonos a ser mejores que los letrados y fariseos. Estos eran puntillosos al exigir el cumplimiento externo de la ley hasta extremos absurdos. Seguir la invitación de Jesús significa movernos más por el espíritu que por la exterioridad. Dios conoce nuestro corazón, y eso es lo que está presente ante él.
Iñaki Otano
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