jueves, 18 de febrero de 2021

CONVERTIRSE AL GUSTO POR LA VIDA

Quizá sea mucho decir que en este último año la vida se nos ha roto. No, la vida sigue terca, tenaz, luchadora a la vez que nuestro planeta continúa dando vueltas. La vida sigue pero reconocemos con facilidad que, además de complicada, se ha vuelto sosa, fría, triste. Las pequeñas alegrías que la sostenían (encuentros, abrazos, fiestas, movilidad, etc.) se han venido abajo en razón del control de la pandemia, sin conseguirlo. A ello se añade la pesadilla de no saber hasta cuándo vamos a tener que estar en semejante situación. De tal manera que se está tambaleando la certeza de que vivir así merezca la pena. Hay quien dice: “volveremos a lo de antes”. Y otros dicen: “volveremos a otra cosa”. Nadie lo sabe. Mientras tanto, el día a día está delante nosotros.

Ante una situación así hay quien se deja llevar por la desesperanza, ensombrece su alma y vive con disgusto desde que se levanta por la mañana. Pero también hay quien sigue tratando de mirar con agradecimiento lo que hay y vive con un gozo comedido abierto siempre a lo nuevo que, así lo cree, habita en lo frágil. No sueña tanto con lo distinto, sino con mirar de otra manera lo que se tiene. El filósofo Séneca decía: “El buen piloto, aun con la vela rota y desarmado y todo, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta”. Pues de eso se trata, de seguir viviendo en una situación distinta y no fácil, y de seguir viviendo agradecidos.

Por eso hablamos de mantener vivo el gusto por la vida. Si, por la razón que sea, se pierde ese gusto, todo se vuelve gris, sin relieve, rutinario, soso. Si, por el contrario, se gusta lo que se tiene, se agradece lo que se recibe, se contempla lo que la vida nos da en la oferta de cada día, elaboraremos de otro modo las dificultades y la pesadumbre no entrará tan fácilmente en nuestra casa.

De manera que quizá podamos decir que la conversión cuaresmal puede entenderse como convertirse cada día al gusto por la vida, no perderlo, aumentarlo si es posible, contagiar amor por estos caminos nuestros tan pobres pero que, además de no tener otros, encierran dentro una belleza escondida. Es una sabiduría y un arte saber gustar esa belleza humilde. Quizá el tiempo de Cuaresma de este año nos pueda ayudar a ello con lo que nuestro caminar diario tendrá otro color. Si aprendemos a vivir con gusto la vida, viviremos también con más gusto la fe.

Fidel Aizpurúa, capuchino

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