Prometí seguir hablando de cómo actúa Dios en la historia, en nuestra vida. Es uno de los temas que más me ha inquietado en mi recorrido personal y que todavía sigue cuestionándome. Un problema que mi mente intenta solventar desde su educación cientifista y desde su fe. Consciente de que es más complejo de lo que yo pueda explicar en unas líneas –y de lo que probablemente el ser humano pueda entender nunca- y que no lo puedo encerrar o controlar en una simple reflexión, todos estos años he querido hacérmelo más razonable y entendible.
Nunca me ha convencido la imagen del Dios intervencionista que actúa arbitrariamente en favor de unos y no tiene en cuenta a otros en su enfermedad o sufrimiento. Dios actuaría desde el milagro, interrumpiendo el modo de suceder de los acontecimientos, contraviniendo las leyes que Él mismo ha establecido en la naturaleza. No creo en este Dios mal entendidamente omnipotente, que decide que las cosas ocurran de una forma y no de otra, más propio de algunos pasajes del Antiguo Testamento. Mis tripas se agrietan de dolor cuando oigo expresiones del tipo: “ha muerto porque Dios así lo ha querido”, o “es voluntad de Dios que tenga cáncer”, etc. Jesús luchó contra el mal y el sufrimiento que se encontró.
Pero huyendo de esta concepción desviada del Todopoderoso, durante mucho tiempo, caí en el otro extremo: un Dios que sólo ha intervenido en el origen de la historia, en la creación, y luego ha dejado que ésta vaya fluyendo regida únicamente por sus leyes: concepción propia de los deístas. Esta idea es muy respetuosa con la ciencia y con la autonomía del ser humano y del mundo –que creo que hay que mantener- pero hace que Dios desaparezca, hace que en la práctica Dios no actúe, viviríamos como si no existiera.
¿Entonces si no creo en un Dios intervencionista ni tampoco en un Dios que inicia el universo y lo deja funcionar, en quién creo? Hay una frase del evangelio que me dio mucha luz cuando caí en la cuenta de todo su significado: “Bendito sea el Señor (…) porque ha visitado a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación” (Lc 1, 68-69). Es decir, una de las formas que Dios tiene de hacerse presente, de “visitarnos”, de cambiar el rumbo de la historia es llenándonos de su fuerza, colmándonos de su Espíritu, dándonos su amor. Esa fuerza llena el universo y lo mantiene vivo y lanzado a la vida: es decir toda criatura, todo proceso natural está habitado y sustentado por Dios, como decía San Pablo: “todo se mantiene en él” (Col 1, 17).
Si leemos estos versículos del profeta Isaías: “Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres” (40, 10-11). La primera parte nos podría hacer pensar que Dios va a actuar imponiéndose con su brazo y su poder. Pero después nos indica el modo de actuar: enseñando, consolando, cuidando las debilidades, etc.
De hecho el momento de mayor fragilidad de Dios, cuando su hijo muere sádicamente en la cruz, es el momento de mayor potencia de Dios y de Jesús, cuando han sacado a la humanidad de las garras de la muerte, cuando han redimido al mundo.
Pero todavía hay más que decir: ¡continuará!
Javi Morala, capuchino
Bfff!!! Qe profundo. Pero qe real. Comparto l idea con ls matices personales 🙏🙏🙏❤️❤️
ResponderEliminarMmmmmm para pensar ..🤔🤔🤔🤔🤔🤔
ResponderEliminarSí, para pensar. Colo he sido educado con una mentalidad científica, necesito compatibilizar ciencia y fe.
EliminarPienso en la frase “ Esa fuerza llena el universo y lo mantiene vivo... Todo está habitado y sustentado por Dios... “
ResponderEliminarIrán por ahí las cosas ?
Gracias Javi, me ha encantado.
Esperamos la continuación ¡