jueves, 18 de marzo de 2021

¿QUÉ DICEN LOS EVANGELIOS SOBRE EL PERDÓN?

Como el evangelio apunta al interior de la persona, a las estructuras más elementales de lo que somos siempre con la intención de humanizarlas, no ha de extrañar que sus páginas estén transidas de la espiritualidad del perdón. Los conflictos acompañan la vida humana y, por ello, el perdón se hace imprescindible para la convivencia.

Jesús ha incorporado ese perdón humano a los valores del reino, de tal forma que no se puede entender su propuesta sin adentrarse en la espiritualidad del perdón. Desde el evangelio, el tema del perdón apunta a la persona concreta pero se extiende también a la sociedad e, incluso, al cosmos.

  • Una de las notas del perdón evangélico es que ha de ser fácil. En la parábola del compañero que no perdona a quien le debe una nadería (Mt 18,21-35) una de las cosas más hermosas no es solo la generosidad de quien perdona mucho, sino que lo hace sin alharacas, como una cosa normal. El perdón habría de ser fácil, sin muchos requisitos, como algo normal en la vida, no como una heroicidad (fuera, al menos, de casos límite).
  • Otra nota es que ha de ser un perdón generoso, no medido, no normado ni siquiera por la generosidad religiosa, sino por la generosidad del corazón (70 veces 7: Mt 18,21). Si se mide el perdón con cuentagotas se corre el riesgo de deformarlo, de supeditarlo a normas y leyes. La generosidad a la hora de perdonar desvela las actitudes profundas del corazón.
  • Y, finalmente, habría de ser el perdón sin límites (Lc 23,34). Al menos habría que tener esto como un horizonte al que se tiende, aunque muchas veces nos quedemos muy cortos. Es el difícil perdón a los enemigos para quienes apuntan al horizonte del evangelio (Mt 5,44).

Texto: Lc 15,11-32: «Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la herencia». El padre les repartió los bienes. Días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad. Y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Sentía ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer.Recapacitando entonces, se dijo: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros». Se puso en camino hacia donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, lo recibió con abrazos y besos. Su hijo le dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.» Pero el padre dijo a sus criados: «Sacad en seguida el mejor traje y vístanlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado». Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: «Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud». Él se indignó y se negaba a entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: «Mira: en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando viene ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado». El padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado».

  • Si hablamos del perdón y del Padre que perdona siempre (así habría de denominarse el pasaje) tenemos que volver a este relato. Además de fácil, generoso y hasta el límite, el perdón del evangelio habría de ser olvidadizo. Nos cuesta olvidar. Decimos: perdono pero no olvido. El recuerdo del agravio es casi peor que el mismo agravio, imposible de borrar.
  • Pero el padre de la parábola olvida el agravio, no lo saca a relucir (podría haberlo hecho). No justifica el comportamiento del pródigo, pero no vuelve sobre ello. Para él es agua pasada y, con tal de recobrarlo con vida (lo elemental), es capaz de reorientar la convivencia que no será fácil con el hermano mayor (que ve que el pródigo va a comer de lo suyo). Está dispuesto a remodelar la vida familiar con tal de acoger al hijo. Un perdón que está dispuesto a cambios.
  • El gran motor de todo este proceso es la esperanza: cree el padre que siempre hay una semilla de esperanza en toda persona, por derrotada que esté. Creer en la persona, creer en la inviolable dignidad, es el cimiento del perdón.

Aplicación: El perdón voluntario puede ser un elemento socializador. Una visión deformada, vengativa y legalista, lleva a la persona a pensar que el perdón como elemento de mejora en las relaciones sociales ha de ser requisito previo en todo proceso conflictivo. Pero en realidad “la petición de perdón y el arrepentimiento forman parte de un ámbito íntimo y moral que solo puede surgir de un proceso personal, voluntario, sincero y auténtico, y no de una norma imperativa….Por lo tanto, no deberían plantearse como una condición previa que obligatoriamente deben cumplir ‘los otros’ para poder iniciar un proceso de reconciliación, sino como un resultado que puede brotar a partir de poner éste en marcha…La clave está en dónde situamos la petición de perdón, si lo hacemos como condición de partida y requisito obligatorio o como parte y consecuencia voluntaria del propio proceso” (J. Fernández). La renuncia al perdón como requisito puede brotar de una valoración humanista de los procesos personales y se presenta como imprescindible para una alternativa social. Mientras incluyamos el perdón en el ámbito de las obligaciones, difícilmente habremos superado el simple marco legal que, generalmente, contempla el perdón de manera meramente marginal.

Fidel Aizpurúa, capuchino

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