Al acercarnos al discurso ecológico, en más de alguna ocasión escuchamos planteamientos catastróficos como el colapso eminente de nuestro planeta. Ciertamente esto es innegable, no hay forma de desdecir este futuro poco esperanzador si seguimos sosteniendo un consumo infinito en un planeta que es finito. Pero no solo es nuestra forma de consumo insostenible lo que amenaza la vida en nuestro planeta; la era nuclear en la que vivimos también pone entredicho la vida en el futuro. Nagazaki e Hiroshima son referentes para imaginarnos una posible autodestrucción, obviamente con efectos magnificados en el siglo actual. La teóloga Sallie Mc Fague, escribe que, como ninguna otra generación, nos enfrentamos a la tentación de ser creadores de no vida en una imitación invertida de nuestro creador. ¿Cómo podemos leer desde la fe esta posibilidad latente de autodestrucción de la vida?, ¿desde dónde nuestro cristianismo es capaz de aportar para sostener la vida presente y futura?
En el Evangelio de este domingo, IV de Cuaresma, encontramos luces que despiertan nuestra esperanza y compromiso. El amor nos ha salvado, nos dice Juan, «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito…Porque Dios no envío a su Hijo al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3,16-17). Juan pone el acento de la salvación en el amor de Dios, no en el pecado de la creatura. Su amor es fiel, y como en el primer instante creador, suceda lo que suceda, sigue encontrando valioso lo creado y sigue comprometiéndose con su destino. Su amor salvador alcanza lo inaudito en la encarnación de su Hijo; en Él y con Él afirma lo valioso de la creación entera. En este amor fiel entendemos la vida de Jesús, quien muere salvándonos en la cruz. Pero no es solo su muerte la que nos salva sino toda su vida entregada por amor. Los evangelios hablan de esta existencia sanadora, salvadora y reconciliadora que lo llevó hasta la cruz. La entrega por amor es el presupuesto de la crucifixión, pero también el de la resurrección. En el Resucitado tenemos nuestra esperanza y junto a Él, con la creación entera avanzamos hacia el término común que es Dios (cf. LS 83).
Mientras avanzamos por este mundo, los seres humanos dotados de inteligencia y de amor, tenemos la responsabilidad de reconducir todas las criaturas a su Creador (cf. LS 83). Por eso, es importante tomar conciencia del amor salvífico de Dios. Sabernos amados y valiosos desde siempre hasta el extremo de la cruz, no puede dejarnos impasibles ante el sufrimiento y la amenaza de la muerte. Mirar al Jesús terreno y su relación tan concreta y amable con todo el mundo (cf. LS 100), nos cuestiona en nuestra capacidad de amar y de reconciliar. En este punto ha querido centrarse el EcoEvangelio, en nuestro seguimiento de Jesús, que nos lleva a concebirnos próximos y comprometidos con la vida, a la que se entrega cada día, que se compromete en pequeños y grandes gestos creadores de ambientes de paz. Porque desde la fe creemos que cada acto de amor que hagamos en favor de la creación y del hermano es un acto solidario junto al resucitado, que está llevando a su plenitud todo lo creado, hasta que «Dios sea todo en todo» (1 Co 15,28).
Hna. Gladys de la Cruz HCJC
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