Los testimonios dicen que Dios irrumpe misteriosamente en la vida de la persona. Esta irrupción no es fruto de ninguna preparación, sino de una apertura arriesgada a su posible presencia. Es esa sed profunda que somos, que nada la puede llenar y que se expone a lo inesperado. Y de un modo callado para todos, menos para el sujeto, Dios irrumpe discretamente en la vida de la persona. Es algo que sorprende y que lo invade todo, porque se da en lo más hondo, allá donde comienzan a tomar cuerpo todas las otras dimensiones de la persona. Es el Espíritu que ha tocado el alma.
Este suceso, nada programado, empuja a buscar ámbitos de silencio y oración para darle cauce a Él en nuestra vida; pide callar para poder “escuchar” a alguien distinto a uno mismo. Se dice que arde el corazón, que alienta la libertad como nada antes, que nos da forma nueva; se habla de un amor que estructura absolutamente todo… Y por otra parte, no nos evade del mundo, sino que nos inserta en él como nunca antes, pero totalmente renovados, de un modo libre y generoso abierto a todos; en medio del mundo. Nuestra cripta interior está habitada por el Espíritu.
Se habla de hombres y mujeres nuevos, porque han sido tocados por Dios.
Carta de Asís, marzo 2021
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