Este relato de Mateo 25 viene a decir que la propuesta de Jesús, su anhelo más profundo, su sueño acariciado, se da cuando el hambriento come, cuando el sediento bebe, cuando el extranjero es acogido, cuando el desnudo recibe ropa, cuando el preso tiene visita. Mientras no se llegue ahí, el evangelio sigue siendo algo previo, algo por hacer. Por el contrario, si eso se da, amanece el reino.
El antiguo catecismo decía que estas eran las obras de misericordia. Quizá hoy haya que hacer esas obras de manera organizada, no a la buena de Dios. Pero ahí sigue estando el núcleo del evangelio. Si eso no se da, el evangelio corre el peligro de ser una mera afición espiritual.
Tal vez haya que añadir a las antiguas obras de misericordia una nueva: estaba en guerra y sembrasteis paz. Porque ante las guerras que nos afligen, sobre todo la de Gaza, hay que hacer siembra de paz, de empatía, de concordia. Y hay que hacerla aquí, en tu cocina, con tus amigos, con tu familia, en nuestra ciudad: ser instancia de paz, de compasión, de buena relación. La guerra está en tu corazón: siembra ahí la paz.
En una carta a la directora del diario LA RIOJA, el grupo de Justicia y Paz de la parroquia de Valvanera decía: “La primera víctima de un conflicto bélico es nuestra compasión”. Porque escasea la compasión y abundan las actitudes violentas. Y esas actitudes las tenemos en nuestra casa, en nuestras calles, en nuestro corazón. Pongamos coto a nuestra violencia. De lo contrario, ¿para qué nos sirve el evangelio?
“Que la guerra no me sea indiferente” dice aquella canción que conocemos todos. Que ninguna miseria nos sea indiferente. Que sepamos que en ello nos jugamos la verdad de nuestra fe. Si escuchamos el evangelio de hoy sin ninguna conmoción, quizá haya que ablandar el interior duro del corazón para que el evangelio pueda producir fruto. Sí, que el evangelio no se frustre en nuestra vida.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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