Francisco quiere seguir más de cerca a Jesús, recorriendo, paso a paso, desde Greccio (experiencia de Belén) al monte Albernia (experiencia del Calvario), todas las etapas de su vida. El seguimiento del Maestro ocupa siempre el centro: ¡Qué intimidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros!
Es el amor, más que el pecado, el centro del misterio de la encarnación. El Altísimo y Omnipotente se nos presenta misteriosamente como el Bajísimo, despojado de todo poder. Dios es donación total, entrega absoluta. No se reserva nada de sí para sí mismo. La cruz, Árbol de la Vida, nos recuerda el compromiso de Jesús con la justicia y con los excluidos. De tal manera se identifica con ellos que acaba como ellos: colgado de un madero, como un maldito fuera de la ciudad. Su vida y su muerte dejan claro que Dios no forma parte de un sistema que excluye. Es lo que nos enseña la Resurrección: la palabra definitiva de amor que Dios pronuncia sobre la vida de Jesús. Así lo entiende Francisco.
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