Para “aprender” a situarse mejor en esta tierra de nadie que anhela la aurora, un buen ejercicio práctico es animarse a acompañar a quien anda en tales lugares.
- Acompañar a quien está decepcionado del sistema, de la Iglesia, de la sociedad: Acompañarle tratando de relativizar, matizar, situar mejor, valorar elaborando el conflicto, de manera que el resultado no sea tan demoledor y ayude a levantar los hombros con un poco más de esperanza.
- Acompañar a quien está marcado desde el punto de vista moral o social: Hacer nuestros sus anhelos; no quitar hierro banalizando su situación. Sembrar la certeza de que la deshonra no la llevan ellas sino quienes les victimiza; abrirles la sonrisa, las manos y la vida lo más que se pueda.
- Acompañar a quien camina sin estructuras familiares, sociales, psíquicas: Intentar si no entenderles, al menos no cargarles de más peso. Respetar sus para nosotros “extrañas” decisiones. Implicar al hecho social en el asunto: son parte del hecho social.
- Acompañar a quien vive en la tierra de nadie de la soledad, el silencio, la vida vivida con disgusto, el dolor siempre presente: No dar ánimos insensatos; estar ahí de la manera más callada posible; intentar aportar algo de luz de la manera más sensata y ceñida a la realidad posible; aguantar con ellas que son quienes más aguantan.
- Acompañar a quien ha olvidado cómo se canta, cómo se disfruta, cómo es la alegría simple: Hacerlo con el mejor talante posible; asumir esa pena sin contagiarse de ella; insistir mil veces en que hay zonas de sol y de disfrute sencillo.
No son acompañamientos sencillos, ni “agradables”. Pero esta es la verdadera “penitencia”, el cambio real que se nos demanda en la Cuaresma. Hay que creer que estos comportamientos contribuyen al acercamiento de la “aurora” anhelada.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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