El Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma trae dos paralelismos que me parecen la mar de interesantes. Además, es el evangelio conocido comúnmente como “el de Siloé”, el de la piscina de Siloé, nombre que desde hace ya unos quince años acompaña a mi grupo de referencia con el que vivo con ocasión de la música y el compartir de nuestra experiencia de Dios.
El primer paralelismo aparece en una de las primeras líneas: “Y escupió en tierra e hizo barro con la saliva” ¿A qué os recuerda esto?, le pregunto a mis alumnos, “a la creación de Adán” del Génesis, me responden. Y así es. Desde el Espíritu hay continuamente una reminiscencia a una nueva creación que parte de lo más básico del hombre, como puede ser el barro para la naturaleza. Y los que hemos tenido que saltar de ciertas situaciones en la vida y tomar decisiones importantes sabemos bien de la necesidad de re-crearnos una y otra vez y dejarnos modelar por Dios.
A continuación nos encontramos tres verbos en pasado muy contundentes, para ello nuestro pretérito perfecto simple: “fue, lavó y volvió”. Ponen los tres un ritmo especial en el pasaje. Un ritmo de decisión por querer desde la voluntad, cambiar la situación de ceguera que le esclaviza.
Claro, ante algo así, están claras las reacciones de los que con el ciego vivían. Las murmuraciones no se hicieron esperar. Necios seremos si pensamos que tras una decisión sólo vamos a encontrar acompañamiento y comprensión. Pero de todo podemos sacar vida y sabiduría. Enfrentarnos a los juicios propios y ajenos es una asignatura a la que hay que presentarse con decisión. Nadie nos podrá librar de ellos, nosotros somos los que decidimos fluir con la vida y permitir que éstos no nos invaliden. Hay una técnica en la disciplina de taichí que te permite tras enraizarte bien en la tierra aprovechar la fuerza de tu adversario para sin hacerle frente ni crear tensión, dejarle pasar. Francisco de Asís, el mismo Jesús, fueron maestros “en estas técnicas”: aprovechar todo lo que la vida les ponía delante para ir creciendo por dentro sin juicio ninguno.
Continuando con el relato, es ahora el ciego el que nos deja el segundo paralelismo: “Soy yo”. No le hace falta decir más. Es el símil al “yo soy el que soy” del A.T., al “tú lo dices, yo soy” del juicio contra Pilatos. Cuando uno vive desde dentro, solo ser transparente es la mejor estrategia. ¿Qué iba el ciego a contarles? “Yo soy” y eso basta. Ya no hacen falta explicaciones ni argumentos.
Y ahora nos encontramos con una de las escenas más curiosas del relato: los testigos van a la fuente, al ciego, hecho importante de valorar, pero su respuesta les divide, les exaspera. Porque la verdad deja al descubierto las tinieblas, y hay que ser muy íntegro para saber convivir con ella.
Al final, sólo desde el espíritu se puede reconocer la presencia de Dios en tu vida y confesar dónde está tu centro. En mi caso, Jesús de Nazaret es mi referencia y puedo decir “creo en Ti”, pero no me separa mi un ápice, ni me preocupa de aquel que no es capaz de reconocerlo en su vida. Sólo la experiencia personal de Dios, desde las manifestaciones que sean y el ejercicio de la voluntad de cortar con lo que sea necesario y aventurarse a la vida, serán lo que nos convertirán en Enviados y asiduos de la piscina de Siloé, que es la propia vida.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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