El pasaje de las Tentaciones de Jesús es uno de los evangelios que más me llamaron la atención el día que me lo desmontaron y que, con ocasión de ello, me pareció después más auténtico y cercano. Recuerdo las películas en las que te mostraban la vida de Jesús y enseguida un prototipo de Satanás junto a Él brindándole todo lo que podía conseguir si se ponía a sus pies y le adoraba. También tengo muy fresca la tradicional homilía a propósito de tan rico evangelio y que tan poco me llamaba la atención. Sin embargo, gracias a aquel "desmonte" hoy me parece uno de los evangelios más geniales.
Lo primero es tener bien claro qué es o representa el desierto donde ponen a Jesús en esta escena. Lejos de ser uno real, o sí, qué más me da, el desierto es aquella situación de la vida del hombre que le acompaña durante gran tiempo. Porque es el lugar y el tiempo de la vida cotidiana donde Dios se expresa y revela. Es mi centro de trabajo, mi familia, la cola del autobús y el puesto del mercado. Lugar de experiencia y encuentro con Dios. Y en esos sitios y momentos es donde la tendencia que tengo a identificarme con mi ego y sus apegos se hacen realidad viéndome "tentada" a no vivir desde el Espíritu. Y está claro cuándo sucede eso: cuando pierdo la atención a mi presente y vivo intentando programar el futuro que no existe o me empeño en agarrarme al pasado que se fue.
Jesús es "llevado al desierto" de la vida cotidiana, donde un día es igual al otro y corre el peligro de perder su referencia al presente y sobre todo el profundo contacto con el Dios que lo habita por querer quedarse en lo conocido de tiempos atrás o querer percibir una experiencia futura que esté por llegar. Y en "ese desierto" pasa cuarenta días, otro dato interesante, es decir, el tiempo necesario para darse cuenta de quién es e ir dejándolo ya todo por el camino, no permitiendo ningún apego ni indicio de instalación. Tras ese tiempo necesario para vivir la profunda experiencia de Dios en su alma, sólo queda entregar la vida.
Ojalá en esta Cuaresma aprendamos de una vez a valorar la enorme riqueza que el desierto de la vida cotidiana, la rutina, tienen, para vivir una experiencia de encuentro con Dios y no lo busquemos tanto en la gran cantidad de liturgias que con motivo de estos días vamos a vivir. Al fin y al cabo estos actos son inventos del hombre. La vida del día a día es el "campo de Dios", donde Él nos ha puesto para caminar.
CLARA LÓPEZ RUBIO
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