Muchos inmigrantes subsaharianos esperar en el monte Gurugú de Marruecos, durante meses, la oportunidad de saltar la valla de Ceuta. Están en tierra de nadie porque son habitantes de un mundo que les olvida. Pero ellos, a su manera, esperan la “aurora” de una vida mejor.
Estar en tierra de nadie esperando la aurora. Esa es también la situación de bastantes creyentes. Hay quien no necesita esperar nada, porque está bien donde está. Hay quien no espera nada, porque ha desesperado de todo. Pero hay también personas creyentes que están una especie de tierra de nadie, tanto espiritual como práctica, pero no han dejado de esperar una aurora, un tiempo de novedad como el que anunció el Vaticano II y que, luego, en gran medida se ha visto truncado. Siguen a la espera, “como centinelas”, atentos y con los ojos abiertos, lúcidos y críticos, benignos más allá de cualquier dolor.
Nos preguntamos si la Cuaresma no podría ayudarnos a vivir este momento no con un sentimiento de derrota, apocamiento y, menos todavía, amargura, sino lo contrario: un tiempo que anuncia la aurora, que habla de atisbos que merece la pena tener en cuenta, que mantiene la utopía de una vivencia de lo cristiano en una razonable actualidad. Lo hacemos en ese afán por dar también un sentido al tiempo de la Cuaresma, tiempo que prepara la Pascua, el gran anuncio de la aurora del Reino.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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