martes, 4 de noviembre de 2014

LOS MIEDOS

   “¿Quién dijo miedo?”, gritan animosos los héroes de los cuentos… Y sin embargo, estamos muchas veces rodeados de miedos que nos encierran en nosotros mismos y nos bloquean en el encuentro con los demás. A veces tenemos miedo de presentarnos tal y como somos, de no gustar a los demás y ser rechazados o incomprendidos; en ocasiones nos fijamos demasiado en nuestra imagen superficial exterior, como si para ser aceptados tuviéramos que cumplir requisitos imposibles.
   Esos miedos nos dificultan, en la vida fraterna del día a día, el vivir como hermanos. Nos tienen enganchados y no nos dejan dar pasos en el encuentro con el otro. A veces, son un reflejo de la falta de confianza en nosotros mismos y en los demás. Pero otras veces son cosa seria, honda: los miedos nos agarrotan, enredan y aíslan. Provienen de heridas profundas y, actuando desde ellos, herimos a otros. A veces no tenemos miedo: el miedo “nos tiene”.
   Reconocerlo es un paso de verdad: podemos pasar por el miedo sin instalarnos en él; sabernos necesitados de ayuda y pedir que nos rescaten; agradecer a los que nos acompañan. El miedo implica soledad. Contra el miedo, confianza. La confianza implica relación, y solo se aprende confiando: dando los pasos necesarios para conocernos y aceptarnos “miedosos”, querernos con nuestras grandezas y pobrezas (narcisismo, perfeccionismo…) para acercarnos a los otros.
   Dios cuenta con nuestro miedo; pero no nos deja en él: Jesús repite muchas veces “no tengáis miedo”. Podemos crecer en la confianza viviendo un proceso de relación con Dios, que nos conoce y nos ama tal y como somos, y pone en el camino de nuestra vida personas con quienes crear una fraternidad de hermanos, haciéndose presente Él en cada uno de sus rostros.
CARTA DE ASÍS OCTUBRE 2014


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