El no saber es la mayoría de las veces el origen de nuestros desequilibrios. Cuántas veces hemos oído comentar y sale también de nuestros labios un sentimiento de miedo o incertidumbre tan sólo porque no nos vemos con capacidad para esperar el momento en el que cada circunstancia irá llegando, capacidad que tenemos pero usamos poco.
Si a una mujer, el mismo día que se entera que ha quedado embarazada le dijeran que también va a tener a su hijo, de seguro que no sería capaz de seguir con el proceso, porque no le daría tiempo a interiorizar tal realidad y hacer lo propio. Para eso tenemos nueve meses. Y aunque cuando se acerca la fecha nos ponemos nerviosas ante tal acontecimiento que nos desborda psicológica, afectiva y hasta espiritualmente, sabemos que estamos preparadas, porque hemos vivido el proceso paso a paso.
La vida es un constante aprendizaje cuando se vive de modo consciente y con raíces bien situadas en nuestro centro. Pero el tema de la muerte y del qué habrá después nos sigue saliendo al encuentro una y otra vez porque quisiéramos también controlarlo como pretendemos controlar en ocasiones nuestro día a día y nuestro futuro.
La experiencia es clara: “Yo soy el camino…”, “¿qué más necesitas saber?”, nos podría decir Jesús.
Si logramos simplificar nuestra vida hasta el punto de captar en cada momento nuestra esencia, Dios, el que nos habita, el gran Sabio Oculto, nada tendríamos que temer.
Si logramos simplificar nuestra vida hasta el punto de captar en cada momento nuestra esencia, Dios, el que nos habita, el gran Sabio Oculto, nada tendríamos que temer.
Un día a mis alumnos se me ocurrió al tratar este tema, que por desgracia tanta incertidumbre les crea porque en su corta vida ya han oído más tonterías que palabras de sabiduría, que eligieran entre dos tipos de chocolate que les gustara por igual. Que de verdad tuvieran problema entre elegir uno u otro y prefirieran no elegir, más bien la posibilidad de tener entre sus manos los dos tipos. “Así es la vida antes de la muerte y después de ella”, les dije yo. Ahora nos estamos comiendo un tipo de chocolate y después lo haremos con el otro. ¿Qué más da? Lo bueno es que hay chocolate y lo hay para todos. Es más, el chocolate de antes de la muerte es treméndamente amargo para algunos, cualidad que tiene el buen chocolate, el puro. Qué curioso ¿no? Pero para después de la muerte lo tenemos todos asegurado. Así que con ocasión de la fiesta de los Santos y de los difuntos tomemos conciencia del chocolate que hemos elegido vivir en esta vida y vayamos eligiendo el que nos gustaría comer durante toda la Eternidad. ¡Buen provecho!
CLARA LÓPEZ RUBIO
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