Evangelio como poco el de este domingo, emblemático, que no puede dejar indiferente. La imagen de un Jesús fabricando con sus propias manos un látigo y tirando las mesas de los cambistas no es ni mucho menos asidua. Y si nunca algún lector se había parado al leerlo, si más bien a alguien este comportamiento del Maestro le había pasado desapercibido, le pediría que volviera a leer el texto de este domingo con toda la atención que se merece y se deje impregnar por él, porque no tiene desperdicio.
No puedo negar que es de mis favoritos, porque en su día, caí en la cuenta de la planta y temperamento de este Hombre que tanto por desgracia se nos pinta, y más en mi niñez y juventud, de blandito, misterioso y casi sin sangre en las venas.
Muy lejos de ello, Jesús es un hombre que vive el presente en toda su esencia y porque poco a poco ha ido aprendiendo a dejarlo todo, a desprenderse de todo, no teme ya en que en un momento así alguien pueda arrebatarle algo esencial. Por eso, lo que le quema en la sangre tiene que gritarlo.
Jesús no atenta contra nadie, atenta contra el sistema basado en la mentira. No olvidemos que el negocio que en el templo se practicaba era en su esencia legal, pero claro, no así el procedimiento. Eso es lo que le duele a Jesús, y por supuesto la callada por respuesta de aquellos que en principio tenían que ser los fieles guardianes de la verdad.
Pero rasquemos un poco y veamos de puertas hacia dentro: nuestro ser más profundo es el único lugar en el que nada ni nadie puede arrebatar la paz que brota de saberse en la Presencia de Dios. Pero hasta llegar ahí hay muchos puestos de venta, de cambistas, de carneros y palomas, de negocios mal cerrados que se alejan mucho de aquello para lo que hemos sido creados. Nuestra vida, los entresijos que en ella se han ido forjando nos han ido haciendo “complicados” y los juicios, los apegos y los complejos planteamientos de vida desde la cabeza, han ido haciendo poco a poco que negociemos desde la mentira y nos vendamos al mejor postor olvidando a veces que solo por ser creados por Dios ya somos valiosos y dignos ante Él de merecer su amor gratuito.
Cuando todo esto se vive desde la revolución y no desde la serenidad es necesario que la vida confeccione de cualquier forma un látigo que nos eche por tierra todo lo que en nuestra mente está férreamente formado y empecemos a vivir de una forma nueva.
Los guardianes de nuestros pensamientos, nuestros fariseos, se incomodarán y se prometerán unos a otros que harán todo lo posible para nuestra cercana ejecución. Con lo que no cuentan es con que “ni muerte, ni vida, podrán jamás separarnos del Amor de Dios”, por lo que ya no habrá pensamientos ni juicios, ni apegos que nos muevan un ápice de nuestra esencia y sabremos descubrir en nosotros el Santa Santorum. Esa morada interior, como diría Santa Teresa de Jesús, donde solo el alma y Dios hablan en la intimidad de aquello que les ocupa.
Muy lejos de ello, Jesús es un hombre que vive el presente en toda su esencia y porque poco a poco ha ido aprendiendo a dejarlo todo, a desprenderse de todo, no teme ya en que en un momento así alguien pueda arrebatarle algo esencial. Por eso, lo que le quema en la sangre tiene que gritarlo.
Jesús no atenta contra nadie, atenta contra el sistema basado en la mentira. No olvidemos que el negocio que en el templo se practicaba era en su esencia legal, pero claro, no así el procedimiento. Eso es lo que le duele a Jesús, y por supuesto la callada por respuesta de aquellos que en principio tenían que ser los fieles guardianes de la verdad.
Pero rasquemos un poco y veamos de puertas hacia dentro: nuestro ser más profundo es el único lugar en el que nada ni nadie puede arrebatar la paz que brota de saberse en la Presencia de Dios. Pero hasta llegar ahí hay muchos puestos de venta, de cambistas, de carneros y palomas, de negocios mal cerrados que se alejan mucho de aquello para lo que hemos sido creados. Nuestra vida, los entresijos que en ella se han ido forjando nos han ido haciendo “complicados” y los juicios, los apegos y los complejos planteamientos de vida desde la cabeza, han ido haciendo poco a poco que negociemos desde la mentira y nos vendamos al mejor postor olvidando a veces que solo por ser creados por Dios ya somos valiosos y dignos ante Él de merecer su amor gratuito.
Cuando todo esto se vive desde la revolución y no desde la serenidad es necesario que la vida confeccione de cualquier forma un látigo que nos eche por tierra todo lo que en nuestra mente está férreamente formado y empecemos a vivir de una forma nueva.
Los guardianes de nuestros pensamientos, nuestros fariseos, se incomodarán y se prometerán unos a otros que harán todo lo posible para nuestra cercana ejecución. Con lo que no cuentan es con que “ni muerte, ni vida, podrán jamás separarnos del Amor de Dios”, por lo que ya no habrá pensamientos ni juicios, ni apegos que nos muevan un ápice de nuestra esencia y sabremos descubrir en nosotros el Santa Santorum. Esa morada interior, como diría Santa Teresa de Jesús, donde solo el alma y Dios hablan en la intimidad de aquello que les ocupa.
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