Probablemente en “Galilea”, en la memoria del amor primero, encontraré un nuevo impulso para vivir. Las cosas no serán lo mismo, pues el tiempo no ha pasado en balde. Ha cambiado el escenario y podría ser extemporáneo e inútil repetir exactamente aquellos momentos. Tengo que ir a Galilea no para quitarme años de encima sino para conseguir que aquella luz alumbre también hoy.
No es extraño que algunos vacilasen. Aquello de Galilea ¿sería solo un sueño? Es posible que tuviera mucho de sueño. Pero si no hay sueños no se camina. Solo que el camino produce cansancio y parece apagar los primeros ardores. Lo que tenía un hechizo ya no lo tiene porque ha sufrido un desgaste.
En 1993 el franciscano Javier Garrido escribió un libro con este título: “Ni santo ni mediocre”. Es deseable no ser “mediocre” porque este parece que ya se las sabe todas, que ya está instalado y se defiende en sus posiciones sin aspirar a más. Es diferente de esa persona que se sabe limitada e imperfecta pero que “busca la verdad por encima de todo”, “ama torpe pero sinceramente”, “lucha y confía”, “es un agradecido pero de esperanza corta”, “camina con humildad”.
Según Garrido, “amar el amor tal como uno se lo imagina desde el deseo ideal o las grandes causas… ayuda, sin duda, a despertar a la vida, al absoluto… Con los años, las grandes causas (individuales y colectivas) han de enraizarse en lo concreto: estas personas, esta tarea, estas mediaciones, estos condicionamientos”.
Se pueden truncar algunas de nuestras ilusionadas expectativas de futuro. Puede darse también la infidelidad al ideal soñado. Pero entonces “la misericordia de Dios nos espera ahí. Si sabemos acoger humildemente la revelación de nuestra infidelidad, la ternura de Dios nos abre otros horizontes más hermosos que nuestros sueños” (Réné.Voillaume)
Precisamente a aquel grupo de seguidores vacilantes, Jesús les encarga una tarea que les abra a otros horizontes: aunque os parezca que estáis lejos del ideal, no renunciéis a ser y formar discípulos; ofreced el bautismo, o sea, proponed la fe, el gozo de vivirla, con humildad y sin miedo; con vuestras palabras y acciones imperfectas, enseñad, aunque sea torpemente, lo que habáis aprendido de mí. No estáis ni estaréis nunca solos o abandonados: aunque me vaya, sabed que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.
Iñaki Otano
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