Por eso, Jesús precisa que él es un pastor distinto, un pastor bueno, que sí se preocupa de que no le roben ni hagan desgraciada a ninguna. Para él cada una es un tesoro precioso e insustituible que no quiere perder. Así revive al Pastor bueno, que en el Antiguo Testamento era Dios mismo.
La oveja encontrará en su camino malos pastores, que intentarán robar, matar y hacer estragos según sus propios intereses. Tú déjate guiar por el pastor bueno.
En nuestras relaciones de todo tipo se introduce a veces la tentación de utilizar a la otra persona en beneficio propio. La cuido y la apoyo mientras me sirve, luego una cosa más que usar y tirar. Es una relación contaminada, a veces estrictamente formal.
La actitud de Jesús, el buen pastor, revelación del Dios Padre-Madre, es completamente distinta. Él me conoce a mí, tiene en cuenta a mi persona, mis cualidades y defectos, mi lado creyente y mi tendencia a la incredulidad, mis pasiones, lo que me preocupa y lo que escondo para salvar mi imagen. No me reprocha nada, me alienta. La verdadera felicidad consiste en acogerle y seguirle.
El Papa Francisco decía en una de sus homilías diarias que “el Señor conoce la bella ciencia de las caricias”. Pero añadía: "más difícil que amar a Dios es ¡dejarse amar por Él!” Y proponía “dejar que él se acerque a nosotros y sentirlo a nuestro lado. Dejar que él se haga tierno con nosotros, nos acaricie”.
Efectivamente, hay que dejarse querer por Dios, permitir que sea nuestro buen pastor, volcado y tierno con cada uno de nosotros. En consecuencia, Jesús no quiere que seamos intransigentes y agobiantes con los demás. Quiere que seamos comprensivos, más humanos que legalistas.
Iñaki Otano
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