martes, 19 de mayo de 2020

UNA ALEGRÍA SIN RAZONES

En todo este tiempo de confinamiento necesito andar todos los días para sudar un poco y despejar la mente y el cuerpo. No salgo a la calle, sino que camino en una cinta que nos regalaron, y últimamente haciéndolo coincidir con el tiempo del paseo de los niños. La cinta está al lado de una ventana y mientras me ejercito miro el trasiego de los papás con sus hijos. Me gusta verlos y me ha sorprendido varias veces que los pequeños saltan y corren contentos sin motivo aparente. Incluso cuando los padres les quitan el patinete y recortan su libertad tomándoles de la mano para cruzar el paso de cebra, ellos siguen saltando mostrando ese júbilo del corazón.

Me llama la atención que su alegría parece que no tiene motivos, que incluso cuando les quitan sus divertimentos siguen estando contentos. No hay que ser ingenuo. Sabemos que estos mismos niños llorarán a la primera frustración que reciban y esa dicha desaparecerá. Pero también es verdad que en lo cotidiano, cuando no hay razones para la alegría ni tampoco para la tristeza, en ellos surge un gozo instintivo. Da la impresión de que tuvieran una fuente de alegría en el fondo de sus personitas que hiciera surgir la alegría de forma espontánea y natural. Las circunstancias, los años, el dolor, van escondiendo esa fuente de alegría, pero no quiere decir que no la tengamos también los adultos.

Etty Hyllesum, judía holandesa, cuando está a punto de ser deportada a un campo de trabajos forzados nazi, nos sorprende con estos sentimientos: “soy tan feliz y estoy tan agradecida, y la vida me parece tan bonita y llena de sentido. Sí bonita y llena de sentido, mientras estoy aquí, al pie de la cama de mi amigo muerto, muerto demasiado joven, y a pesar de que pueda ser deportada a un lugar desconocido en cualquier momento. Dios mío te estoy agradecida por todo”. Alguien podría pensar que esta mujer vive desquiciada, pero su experiencia coincide con la de Francisco de Asís cuando escribe que la verdadera alegría no está en que todo te salga como deseas, sino en acoger con paciencia y calma que no te dejen entrar en tu propia casa en medio de la noche y el frío, y cuando insistas, no solo te despachen de allí sino que te insulten y maldigan. Ambos han encontrado el origen de la alegría más allá de las situaciones, muchas veces duras, que nos tocan vivir.

¿Cómo hacer brotar esa fuente de alegría? ¿Cómo caminar a su encuentro? ¿De dónde surge? ¿Cómo dejarse atraer por su frescura? ¿Cómo ir en su busca en medio de la propia tristeza y el sufrimiento de tantos seres humanos, de tantos hermanos? Me vienen a la cabeza estas palabras de Jesús: “Ahora vosotros estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16, 22). Y así canta Rosalía con versos de San Juan de la Cruz: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre/ aunque es de noche/ (…) Sé que no puede haber cosa tan bella/ Y que cielos y tierra beben de ella”.

Javi Morala, capuchino

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