martes, 5 de mayo de 2020

PEQUEÑA MARÍA

María, hoy vengo a tu presencia
porque se me ha acabado el vino del amor y… ya se sabe:
uno no sabe lo que es el vino hasta que no se emborracha,
y uno no sabe lo que es el amor hasta que no se enamora.

María de los pequeños-grandes detalles,
en Caná sacaste del apuro a unos novios
mientras los otros estaban demasiado ocupados en pasarlo bien.
Sin ruido, sin llamar la atención, sin coger el micrófono…
Desde el silencio, desde el anonimato, desde el servicio desinteresado…
¡Cuánto, cuánto tengo que aprender de ti!

María de los pequeños-grandes detalles,
en mi hogar, en el colegio, en el barrio, en la parroquia…
préstame tus ojos para ver “aquello que falta”,
tus manos, para ponerme el mandil y seguir tu ejemplo,
tus pies, para darme a la fuga prescindiendo de la dichosa palmadita,
y tu corazón, sí, Madre, tu corazón, para sentir tu amor y compañía.

Una cama sin hacer, una bolsa de basura que tirar,
un SMS que mandar, un amigo que escuchar,
un anciano al que hablar, un libro que regalar,
una visita al hospital, unos apuntes que prestar,
una oración que compartir, una pelea que evitar…

(Un minuto de silencio vale más que mil horas de discusión dialéctica…
¡Te toca a ti, junto a María, seguir con el listado de los pequeños-grandes detalles…)

Virgen María, concédeme tu sabiduría,
la sabiduría de los pequeños-grandes detalles.

J.M. de Palazuelo

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