Y sí, Jesús resucitó. Esta es la parte buena de la historia, también la más importante y difícil de creer. Muchas veces nos quedamos solo en la muerte, porque resulta más inmediata, accesible y empática, pero si hubieran pensado lo mismo los primeros discípulos no estarías leyendo esto. Nuestra fe no separa la muerte y la resurrección, porque si lo hiciera, faltarían las patas de una mesa donde no podríamos apoyar absolutamente nada.
Los discípulos también tuvieron dificultades para entenderlo. Por eso los relatos de las apariciones en tiempo de Pascua muestran dudas, perplejidad, miedo, inseguridad, dificultad para hacerse a la idea de que estaba vivo, ahora de otro modo... porque no basta una mirada superficial, se necesita mirar desde la fe, de otro modo es imposible. Y es este modo glorioso de resucitar Jesús que nos permite acceder y relacionarnos con él generación tras generación. De lo contrario hubiera sido algo pasajero, como lo es nuestro propio cuerpo que se empequeñece con el tiempo. Es difícil de entender, porque resucitar nos parece imposible, por eso es quizás la piedra angular de nuestra fe, porque con la resurrección de Jesús la puerta de la muerte queda abierta para todos nosotros. La resurrección hace que lo imposible se vuelva realidad, hace que la vida florezca donde todo era muerte y vacío. La resurrección es la confirmación, por parte de Dios, en Jesús, de que la muerte no es el final, de que la Vida vence, de que tras nuestro tiempo viene la eternidad, tras nuestra historia, la plenitud, tras el aquí y ahora el entonces y para siempre.
La promesa de nuestra resurrección es más importante de lo que nosotros creemos, y ni la política, ni la cultura, ni la filosofía, ni por supuesto todo el dinero del mundo nos puede prometer algo así. ¿Cómo sería nuestra vida si no creyéramos en la resurrección? ¿Piensas, acaso, que la vida es solo esto de aquí? ¿que no hay nada más? ¿que el único sentido de la vida es vivir hasta morir?
Muchos nos negamos a que todo esto acabe con un game over. Y no es por miedo, sino por confianza en una promesa, un testimonio, y una historia de la que somos parte.
Álvaro Lobo, sj
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