Al principio de de abril una noticia llamó la atención en las redes sociales. En Talcahuano, Chile, una decidida mujer octogenaria, Margarita Castro, defendió un árbol que, por la pavimentación del sector, pretendían talarlo. Su acción se hizo viral y, gracias a su intervención, una empresa especialista trasladó el árbol al vivero municipal. Después de un final feliz, Margarita fue entrevistada y recomendó: “Cuiden mucho a los árboles, no les hagan daño, porque ellos purifican el aire”.
La reacción de Margarita emociona y cuestiona. A ella no le fue indiferente perder un árbol más y nos deja entrever su esencia humana, el cuidado de la vida, expresándola en proteger un bien colectivo. «Ellos, - dijo- “purifican el aire”», y este servicio no está en función de una necesidad personal, sino de la misma comunidad humana. Detengámonos a considerar la actitud del cuidado, resaltada en el Evangelio de este IV Domingo de Pascua.
Jesús dice de sí mismo «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11). Jesús se autodefine y expresa las características con que define su pastoreo, con los verbos: dar, importar, conocer, atraer. También expresa que un mal pastor se conoce por sus actitudes de asalariado, desinterés y abandono de las ovejas. Jesús resalta que el móvil del auténtico pastor es el amor sin medida, hasta el extremo de dar la vida por quien ama. En nuestro contexto actual, de gran aprecio por la libertad, poco nos motiva relacionar el amor con el trato que el pastor da a las ovejas; quizás por la idea de sumisión hacia a la autoridad. Aún así, podemos aludir a la necesidad de liderazgos de vida, de lumbreras humanitarias, de Margaritas, que sean reclamo y alternativas de cuidado; sus acciones pueden librarnos de no ser conducidos por pastores disfrazados de mass media, de voces políticas, de economías capitalistas, que toman el control de la humanidad en función de una economía mundial devoradora del planeta.
El Buen Pastor, que es Cristo, nos propone hacer una experiencia de liberación con Él. Pertenecer a su rebaño no es caer en la masificación, sino estar resguardados de lo que aniquila lentamente (cf. R. Cantalamessa).
La globalización de la indiferencia nos va aniquilando porque hemos dejado de asombrarnos por las inequidades, dice el Papa Francisco. Solo quien es libre puede optar conscientemente por cuidar del otro y de los otros, porque finalmente «lo que se opone al desinterés y a la indiferencia es el cuidado. El cuidado representa una actitud de ocupación, de preocupación, de responsabilización y de compromiso efectivo con el otro» (Leonardo Boff). Pensar en la categoría del cuidado nos abre no solo al que nos debemos unos a otros sino al cuidado de nuestra madre tierra. Carl Sagan, el gran cosmólogo, dijo: «Nuestro planeta es muy frágil, hay que tratarlo con cariño». Es la llamada de un científico para cuidar nuestra casa común. También Fano -dibujante cristiano- ha propuesto para este domingo, representar nuestro mundo en forma de oveja. Su excelente viñeta nos lleva a reflexionar en el cuidado que Dios tiene de toda su creación, incluido el ser humano. Dios nos cuida, y ha inscrito en nuestra esencia el cuidado; nosotros hemos de cuidar lo que nos ha sido dado como don.
Margarita Castro nos ha recordado en esta ocasión que hay que mirar con la sabiduría del corazón; eso le permitió ver en el «árbol de Alcornoque», no un estorbo para pavimentar, sino un bien, un servicio natural que debía proteger. No perdamos esta sensibilidad inscrita en nuestros corazones, «El cuidado de los ecosistemas supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su preservación» (LS 36). Este 22 de abril hemos celebrado el Día Mundial de la Tierra; pensando en su cuidado, podríamos detenernos un poco, y preguntarnos:
¿Cuál es mi árbol o cuál es el sitio que yo defendería?
Hna. Gladys de la Cruz Castañón HCJC
No hay comentarios:
Publicar un comentario