Hay un librito de Carlos Severri con este título. En él pretende motivar a los niños al juego del ajedrez, haciéndoles ver que también los pequeños pueden ganar partidas a los grandes. Y eso puede hacernos conectar con la espiritualidad de la Pascua: un triunfo de pequeños, de derrotados, de caídos que se levantan.
La fe ha envuelto la celebración de la Pascua de brillo, de luz, de épica, de triunfo. Consideramos que la Pascua no solamente es un triunfo grande de Jesús, sino que es el triunfo máximo de la vida. Y es cierto. Pero no hay que olvidar su origen: ¿cómo entenderían los primeros seguidores el triunfo de la resurrección? ¿Cómo algo para ser publicitado a bombo y platillo o como algo hermoso, pero pequeño, que se guarda en el corazón y que saca a la persona de sus derrotas?
Puede ser la Pascua un tiempo bueno para, uniéndose a Jesús, celebrar los pequeños triunfos de cada día como lenguaje de vida y de esperanza. Quizá en lo pequeño habite mayor verdad que en las celebraciones pomposas. Tal vez la resurrección de Jesús es el lenguaje de vida en lo pequeño, en lo pobre, en lo humilde. No se quiere quitar esplendor a la Pascua, sino situarla en otro marco, más entrañable, más vivo y, tal vez, más real.
De esta manera puede que la Pascua de este año pase de ser una verdad de fe a convertirse en un sencillo dinamismo de vida. Saber que hay triunfo en lo pequeño es lo que puede hacer que el seguidor de Jesús viva su resurrección como promesa del propio triunfo, más allá de cualquier limitación.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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