Cuando san Francisco habla del gran misterio de la resurrección de Cristo, solo le sale un sinfín de palabras que expresan júbilo, alegría, alabanza, canto, conmoción, danza, ofrecimiento, etc. Es la profundidad de su experiencia de la resurrección del Señor lo que expresan todas estas palabras, tomadas en su mayoría de la Escritura y de la liturgia, hiladas por la fe y el amor en el corazón de un hombre profundamente creyente. De un hombre vaciado de sí. De un hombre que ha mirado mucho al Cristo pobre y humillado. De un hombre que, casi al final de su vida, podrá decir: “Me sé de memoria a Cristo crucificado”. De un hombre que ha abrazado y curado con ternura el cuerpo “crucificado” de los hermanos leprosos…
Esta alegría, este júbilo, este canto de alabanza… son verdaderos porque han pasado por la experiencia de la cruz y son fruto de la resurrección. ¡Ni el mundo ni ningún revés de la vida se los podrán quitar! San Francisco fue aprendiendo que las alegrías que no nacen de la cruz, ¡con todo lo que esto significa!, son como fuegos artificiales, duran lo que duran, se van desvaneciendo poco a poco. De ahí que pida a sus hermanos con insistencia: “Decid entre las gentes que el Señor reinó desde el madero”.
En esta Pascua de resurrección “anclemos” nuestra esperanza y la fuente de nuestra alegría a la cruz de Cristo, árbol de vida. Dejemos que esta fuente riegue nuestras esperanzas y alegrías más pequeñas, las de cada día, para que las hagas más verdaderas, las ensanche y las purifique.
vocacionesfranciscanas.blogspot.com
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