miércoles, 9 de junio de 2021

CARTA DE UN JOVEN POSMODERNO A OTRO JOVEN POSMODERNO

Querido amigo:

Te escribo porque últimamente veo a muchos hablando sobre nuestra generación y tengo la sensación de que todo se circunscribe a gente mayor que nosotros y con la vida resuelta explicándonos qué hay que hacer para conseguir lo mismo. Y creo que empieza a ser hora de que hablemos entre nosotros.

Mira, te adelanto que no tengo las respuestas a casi ninguna de las preguntas que tenemos como generación. Como mucho tengo intuiciones, y no creo que sea mucho más lo que tienen otros que nos prescriben.

A nosotros nos contaron que veníamos a tirar el sistema abajo. Que nuestro destino era superar a una generación de funcionarios de la genX que ni sabía idiomas, ni se manejaba en el entorno digital. Básicamente nos dijeron que el futuro era nuestro solo por existir. Y, a ver, en términos biológicos, podemos afirmar que hay algo de esto, lo decía Kapucinski. Pero ese futuro hoy, parece tener más de dolor que de gloria.

La mayoría de nosotros solo hemos leído a Nietzsche por encima y Foucault ni nos suena. Nuestras lecturas siempre han sido más prosaicas en general: novelas varias de fantasía y aventura y los manuales enormes de la universidad, que junto a las lecturas obligatorias han supuesto la mayor parte de nuestro acervo cultural lector. En general, a nosotros nos han influido más las series: Friends, Cómo Conocí a Vuestra Madre o Juego de Tronos. Ni mejor ni peor: la realidad. No podemos decir que nuestros referentes filosóficos sean demasiado intelectuales.

Nosotros, con lo que sí hemos convivido es con la política. Desde que empezamos a razonar como adolescentes hemos conocido plataformas políticas que nos venían a regenerar, que querían encontrarnos un futuro, que nos prometían que ellos sí pensaban en nosotros. El 15-M fue una catarsis política para nosotros. Los movimientos políticos de nuevo cuño solo nos pedían que comprásemos los paquetes que nos preparaban: los buenos solo son de derechas o de izquierdas (según quién te lo dijera, claro); las consignas de Twitter son para seguirlas y tampoco hace falta preocuparse demasiado, que ellos se encargaban de todo. Ellos, los influencer de cabecera y los preceptores de vida buena. Y, así, hemos crecido con conciencia de los problemas sociales, pero con pocos alicientes para profundizar en ellos. Sin interés por la participación política, pero con grandes dosis de crispación en ese ámbito.

Nos dijeron que nos abriésemos cuenta en Netflix, en Instagram y en Tinder y que disfrutásemos. Que hiciéramos un Erasmus y que estudiásemos aquello que soñábamos (aunque nunca nos invitaron a ser pragmáticos a la hora de elegir empleo. Y así estamos, frustrados porque nunca seremos directores de cine en Hollywood y asuntos por el estilo, pero el alquiler hay que pagarlo igual). Nos contaron que podíamos tenerlo todo siempre: las series, en maratón; los likes a puñados; y los ligues a golpe de match.

También nos dijeron que la juventud dura hasta que uno quiera, pero estamos llegando (o pasando) a los 30 y uno empieza ver que sus padres ya peinan canas. Nos dijeron que lo importante era probarlo todo, pero no nos explicaron que a más experiencias no se le seguía necesariamente más herramientas para enfrentarse al mundo. Nos explicaron que ser padres jóvenes no era guay, que lo importante es tenerlo todo atado antes de tomar decisiones y que, por supuesto, estas nunca jamás tendrían por qué ser irrevocables. Nos empujaron a pensar que cuidar de otros «era una mierda», que la vida es mejor preocupándose de uno mismo y que nadie te quiere como tú. Nos han vendido muchas motos.

Y yo, con alguno menos de 30, ya me estoy dando cuenta de ciertas cosas que, si me dejas, te quiero compartir.

Mira, cada uno vive lo mejor que puede. Pero viendo a los que van por delante de mí y con preocupación por los que vienen detrás, no puedo evitar pensar que hay cosas que no funcionan. A mi edad ya he conocido a demasiada gente con depresión a la que la frustración vital se le ha unido la precariedad económica y emocional. Y no es justo.

Yo quiero decirte que creo que sí, que hay que tener conciencia de la sociedad, pero que lo primero y más importante es que nadie te obligue a comprar packs cerrados y completos: que tienes derecho a participar de la vida pública escogiendo aquellas propuestas que te ayuden a ser mejor, a hacer mejor la sociedad. Y, sobre todo, respetando y discutiendo ideas con quienes piensan diferente. Y que no es solo tu derecho, es que te va en ello el futuro (y el presente).

También creo que sí: las series, los likes y los match son divertidos, pero no dejan de ser un juego. Que la vida nos la jugamos en la búsqueda de sentido, en el trabajo duro y en la recreación (de recrear, o crear de nuevo) de un pensamiento que nos ayude a llegar más adentro, en la espesura, con todos sus matices y sus sombras. Escuchando y leyendo a los que saben más, con la conciencia de que ni siquiera ellos tienen la Verdad completa. En definitiva: que lo ganamos todo buscando referentes buenos que no prescriban, pero sí señalen. Y que en la costumbre –o sea, en los mayores– , encontramos pistas sobre la Vida, con mayúsculas: los retos, lo importante, lo superfluo, las raíces…

Creo que la juventud es un buen momento para experimentar y que tenemos la obligación de vivir la etapa sabiendo que es un trampolín para el futuro. Que a la vez que lo pasamos bien y vivimos experiencias, tenemos que sentar las bases para no pasar por la existencia de cualquier manera. Que no somos jóvenes eternamente, vaya. Que tomar decisiones hoy nos condiciona el futuro nos guste o no y que, entonces, vale la pena dedicar tiempo a elegir las mejores posibles.

Alguien tiene que decirnos que el trabajo de los sueños no existe para casi nadie. Y que eso no nos convierte en infelices o incompletos. Que el mito del hombre del traje gris es solo un mito, que su problema siempre fue de inocente idealismo o de mirada corta. Algunos tendremos más suerte, otros menos, pero la felicidad está en otras cosas. Si tienes suerte de trabajar en tu vocación, aprovecha y agradece. Y si no, vuelca tus esperanzas en otros asuntos. Quien te paga la nómina no te define ni a ti ni a tus aspiraciones.

La felicidad, querido amigo, está, por lo que voy intuyendo, en lo que no se paga. En cuidar a otros. Porque los que nos dicen que eso «es una mierda», lo que nunca nos dicen es que peor es no tener a quien cuidar. Y que por esto vale la pena establecer relaciones duraderas, basadas en la confianza y el Amor. Un Amor que no vive solo de mariposeos en el estómago, sino que se demuestra cuando más cuesta, cuando la vida aprieta. Cuando haya que cambiar pañales (de niño o de adulto) o aguantar tormentas.

Y una cosa más. También creo que los jóvenes de la postmodernidad tenemos mucha hambre de creer en algo que nos cambie la vida y nos hable de eternidad. Quizá lo que nos ha faltado hasta ahora son personas que lo hagan en nuestro idioma.

Bueno, eso, que son intuiciones. No sé si tendrán valor, pero quiero ver qué hay detrás. Te lo cuento en unos años.

Pablo Martín Ibáñez

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