Todos hemos vivido encuentros que despiertan instantes de plenitud, momentos inolvidables llenos de sentimiento; es cuando nos topamos con nuestras “almas gemelas” o cuando coincidimos con personas que nos atraen por sus ideas, proyectos, etc. Son momentos ilusionantes y llenos de satisfacción que han despertado en nosotros el deseo de la comunidad, la convivencia plenificante. Pero tenemos también la experiencia de que si no se recorre una historia de relación todo queda en un recuerdo agradable y no más. Las relaciones más hondas, las que de verdad nos hacen por dentro son la que se han fraguado en el tiempo.
Tomamos parte en un mundo obnubilado por la inmediatez de las cosas y los resultados, donde las realidades a largo plazo no se valoran y todo se quiere conseguir en un instante. A nuestras relaciones también les pedimos inmediatez. Sin embargo, una fraternidad donde no se respetan los tiempos de las relaciones humanas tiende a no ser capaz de vivir los estadios más desagradables y duros de las relaciones, que también los hay. Se quiere que todo sea fácil y gratificante aquí y ahora, pero las relaciones fraternas tienen otros ritmos, otros horizontes más lejanos y más profundos.
Solo cuando hay una historia vivida de relación, cuando se han recorrido tiempos largos en los cuales ha habido momentos agradables y también duros, cuando se han trabajado estos momentos, cuando las personas se han ido haciendo en la convivencia, la fraternidad se asoma a las profundidades más hondas. Solo en esos marcos de convivencia se van captando los verdaderos matices de la fraternidad, llenos de serenidad y de sabiduría. Ya no interesa tanto la emoción, sino la verdad de la comunidad. Para esto se requiere perspectiva en el tiempo y en la relación. Así se llega a saborear de los hermanos, de las hermanas.
Carta de Asís, febrero 2022
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