viernes, 4 de febrero de 2022

SAN JOSÉ DE LEONISA

Eufranio Desideri, que es su nombre de bautismo, nació en Leonisa (Italia) el 8 de enero de 1556.

El 3 de enero de 1572 ingresó en el noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos en Asís, a pesar de la oposición de sus familiares que intentaron arrancarle del convento por la fuerza y se vieron vencidos por su decisión, su palabra y su actitud. Un año más tarde, 1573, emite la primera profesión, siendo ordenado sacerdote el 24 de septiembre de 1580.

Recibe el título de predicador en 1581 y en 1587 es enviado como misionero a Constantinopla, donde sufrió el martirio del “gancho” (el reo era condenado a ser suspendido de un poste clavado de una mano y un pie hasta morir de hambre y de dolor). Liberado milagrosamente, regresó a Italia y consumió su vida en la predicación por el territorio de los Abruzos y la Umbría.

Después de una larga enfermedad, falleció en el convento de Amtrice 14 de febrero de 1612. Fue beatificado por Clemente XII (1737) y canonizado por Benedicto XIV (1748). Pío XII lo proclamó patrón de las misiones de Turquía (1952).

Además de su carácter indómito, destaca en su vida su íntima unión con Dios, cultivada en su espíritu con una vida de oración incesante. Es la “fuente de energía” en la que bebe lo que transmite a los demás.

De esa fuente de energía manaba lo que transmitía a los demás en la predicación. José de Leonisa fue, antes que nada, un predicador, un anunciador de la buena noticia, dedicándose especialmente a los sencillos, a los más necesitados de recibir el mensaje.

El tercer aspecto destacable en su vida es su amor y dedicación los pobres, a los más necesitados por los que sentía una especial predilección. Son numerosos los casos que los biógrafos destacan de este aspecto de su vida. Solamente recordamos uno: Un día encuentró a un pobre mendigo, viejo y moribundo, tirado al borde del camino; lo cargó a sus espaldas y, atravesando la ciudad, lo llevó hasta el convento donde
cuidó de él con exquisita delicadeza.

Su caridad se extendía también a las cárceles, donde asistía a los condenados a muerte y buscaba siempre, incluso arriesgando su vida, que las familias rivales hicieran las paces y que desaparecieran las injusticias, opresiones y discordias. Con el Crucifijo en la mano, empuñado como una espada, no dudaba cuando tenía que afrontar y meterse en situaciones difíciles para conducir a la gente a la paz y al perdón. 

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