domingo, 13 de febrero de 2022

BIENAVENTURADOS

Si no lo hubiera dicho Jesús, las “bienaventuranzas” nos parecerían una tomadura de pelo. Pero son sus palabras, y sobre todo son su vida. Él fue pobre, manso y humilde, tuvo hambre y sed de justicia, fue misericordioso, construyó la paz, fue perseguido y murió por la causa del Reino de Dios.

No son un sermón improvisado; se encuentran al principio, en el centro y al final del evangelio. Son la filosofía, o mejor la teología de Jesús... Porque ellas nos hablan, en primer lugar, de Dios, de sus preferencias y de sus sufrimientos. Son la expresión de la opción de Dios en favor del pobre contra la pobreza, del hambriento contra el hambre, del que llora contra sus lágrimas... Nos dicen que Dios no es indiferente, y mucho menos complaciente, sino beligerante ante el dolor del hombre; por eso ha decidido instaurar el cambio, su Reino.

Las bienaventuranzas vienen a romper un maleficio que durante mucho tiempo se abatió y esgrimió contra los "desgraciados". El sufrimiento no es reprobación ni lejanía de Dios... En la Cruz de Cristo, y en toda cruz, Dios se revela particularmente como Dios-con-nosotros.

Si esto no fuera verdad, jugar con la esperanza de los desvalidos sería una burla cínica. Por eso Jesús hizo de esta proclamación el núcleo de su mensaje y la causa de su vida. El Dios que nos revelan las bienaventuranzas es un Dios de una gran seriedad ante el dolor humano: misericordioso y justo, pues no hay misericordia sin el restablecimiento de la justicia (y esto pretenden resaltar los "ayes").

¿De qué lado estamos nosotros, del lado de los que apartan su corazón del Señor, para depositarlo en los ídolos del dinero, del bienestar, de la violencia..., o de los que ponen en el Señor su confianza, aceptando vitalmente el criterio de Dios como criterio de vida (1ª lectura)? ¿Del lado de los que son llamados "dichosos" por Jesús, o del lado de aquellos sobre los que recaen los "ayes" amenazadores?

“Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor”, dice el salmo responsorial. Este es el núcleo de las bienaventuranzas.

¿En quién confiamos nosotros? Si lo hacemos en el Señor, debemos abrir nuestro corazón sincera y cálidamente a los hermanos. Porque las bienaventuranzas son el proyecto de una vida -la de Jesús- , y un proyecto de vida -el del cristiano-.

Son la vocación y la misión de la Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden anunciarse sino desde la vivencia del seguimiento de Cristo resucitado. Y hay que anunciarlas con claridad, amor. Porque quien hace de las bienaventuranzas solo una denuncia, no anuncia el evangelio. Y quien se contenta solo con oírlas no participa de su promesa salvadora.

Hay que verificar la ubicación existencial en la vida: si estamos en el seguimiento de Jesús, orientados a sus promesas o en una vía paralela si no radicalmente contraria.

Las bienaventuranzas son un constante y radical examen de conciencia: la medida para evaluar la autenticidad y globalidad de la existencia cristiana.

REFLEXIÓN PERSONAL

  • ¿Examino mi vida por las bienaventuranzas?
  • ¿Me reconozco en ellas?
  • ¿Cómo las traduzco en mi vida?

 Domingo Montero, capuchino

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