En una familia numerosa hay uno de los hijos, el primogénito, que ama y admira sin reparos a su Padre. Para celebrarlo quiere hacerle un regalo precioso. Pero antes de presentar el don al padre pide que todos sus hermanos y hermanas le pongan su firma en el regalo. Llega así al padre como el don de todos sus hijos, aunque uno solo pagó el precio.
Ahora, de la imagen a la realidad. Jesús es el hijo primogénito que ama y admira sin reparos al propio padre. Todos los días quiere hacer el don más precioso que exista, el de su misma vida. Pero antes de ofrecerlo, pide a todos sus hermanos, que somos nosotros, que pongamos nuestra firma sobre el don para que llegue al Padre celeste como un don de toda su familia… aunque que fue uno sólo el que pagó el precio ¡y qué precio!
¡Es lo que pasa en cada Misa! Nuestra firma está simbolizada por las pocas gotas de agua que, unidas al vino, forman una sola bebida; y también en el solemne “Amén” que la asamblea pronuncia o canta como conclusión de la doxología final. Debemos recordar sólo una cosa: quien firma algo, luego debe honrar la propia firma y esto significa que, pasando de liturgia a la vida, debemos esforzarnos por entregar verdaderamente nuestro “cuerpo” y derramar nuestra “sangre” por los hermanos.
Ahora, de la imagen a la realidad. Jesús es el hijo primogénito que ama y admira sin reparos al propio padre. Todos los días quiere hacer el don más precioso que exista, el de su misma vida. Pero antes de ofrecerlo, pide a todos sus hermanos, que somos nosotros, que pongamos nuestra firma sobre el don para que llegue al Padre celeste como un don de toda su familia… aunque que fue uno sólo el que pagó el precio ¡y qué precio!
¡Es lo que pasa en cada Misa! Nuestra firma está simbolizada por las pocas gotas de agua que, unidas al vino, forman una sola bebida; y también en el solemne “Amén” que la asamblea pronuncia o canta como conclusión de la doxología final. Debemos recordar sólo una cosa: quien firma algo, luego debe honrar la propia firma y esto significa que, pasando de liturgia a la vida, debemos esforzarnos por entregar verdaderamente nuestro “cuerpo” y derramar nuestra “sangre” por los hermanos.
Raniero Cantalamessa, capuchino
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