domingo, 24 de abril de 2022

DOMINGO DE LA MISERICORDIA

Una cosa bien clara dejan los relatos evangélicos: la resurrección de Jesús no fue una invención de los discípulos; éstos fueron los primeros y los más sorprendidos. Tal vez por eso quiso Cristo dedicar cuarenta días a explicar a los suyos este misterio de luz que tanto les costaba penetrar. ¡Había sido tan real y tan cruel su muerte!

A los dos días de la crucifixión, los discípulos habían empezado a resignarse ante lo irremediable: dar por perdido a Jesús y a su causa. Pero Jesús no podía resignarse a esa idea y quiere meterles por los ojos y por las manos su resurrección, con la paciencia de un maestro que repite la lección una y otra vez con distintos recursos.

Las apariciones de Jesús no son un jugar al escondite; son las últimas lecciones del Maestro antes de que los discípulos se abran al mundo con la insospechada novedad del evangelio. Eso fueron los cuarenta días que siguieron a la resurrección: una pugna de la luz contra el temor que cegaba los ojos de los discípulos. Y éste es el contexto del relato evangélico que acabamos de leer: miedo, retraimiento, desorientación...

La resurrección del Señor no es, y no fue, una creencia fácil. Y Jesús se hace presente con un saludo -la paz- y una misión -la paz del perdón en el Espíritu Santo-. Su aparición no es sólo para consolar sino para consolidar la misión que el Padre le encomendó, y que Él ahora confía a su Iglesia.

Pero faltaba Tomás. No somos comprensivos con este apóstol. Lo consideramos incrédulo cuando, en realidad, todos los discípulos habían mostrado el mismo escepticismo. Fue el primero que dijo “vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). Tomás es como el hombre moderno que no cree más que lo que toca; un hombre que vive sin ilusiones; un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero no se atreve a creer en el bien. A Tomás no le bastaban las referencias de terceros, buscaba la experiencia, el encuentro personal con Cristo. Y Xto. accedió.

Y de aquel pobre Tomás surgió el acto de fe más hermoso que conocemos: “Señor mío y Dios mío”. Y Tomás arrancó de Jesús la última bienaventuranza del evangelio: “Dichosos los que crean sin haber visto”. Que no quiere decir dichosos los que crean sin conocerme, sino dichosos los que sepan reconocer mi presencia en la Palabra hecha evangelio; hecha alimento y perdón en los sacramentos; hecha comunión fraterna; hecha sufrimiento humano; pues desde la fe y el amor podemos contemplarle en las manos y los pies, la carne y los huesos de aquellos que hoy son la prolongación de su pasión y muerte.

Y es que el resucitado es el crucificado, y a Cristo resucitado sólo se accede por la comprobación de la Cruz. Necesitamos la Resurrección para creer en el valor salvador de la Cruz, y necesitamos la Cruz para reconocer quién es el Resucitado. Las llagas de Cristo, contraídas por nuestro amor, nos ayudan a entender quién es Dios y que sólo un Dios que nos ama hasta cargar con nuestras heridas y nuestro dolor, herido y dolorido Él también, es digno de fe.

Este segundo domingo de Pascua es también conocido como “Domingo de la misericordia”, desde que así lo denominara Juan Pablo II. De la misericordia de Dios con Tomás y con nosotros, pues sus “heridas”, las de Jesús, nos han curado; pero también de nuestra misericordia con los otros, porque es una llamada a reconocer al Señor en las heridas y dolores de la vida.

A Cristo resucitado se le afirma en tantos momentos y situaciones del dolor humano… Tomás nos dice que las “heridas”, las “llagas”, no son un obstáculo para creer en el resucitado, sino más bien la prueba necesaria para no confundir la resurrección con una idea o una ideología. Tocar las “llagas” con fe y curarlas con misericordia.

Habrá quienes digan: “Si no veo...”; “Brille vuestra luz...” Porque las dudas de muchos hombres surgen de la poca fe – luz de muchos cristianos. ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?

REFLEXIÓN PERSONAL
  • ¿Vibro ante la resurrección de Cristo?
  • ¿Es mi espiritualidad resurreccionista o rutinaria?
  • ¿Surgen dudas en mi interior? ¿Por qué?
Domingo Montero, capuchino

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