Esta tarde vamos a leer en la celebración un texto que conocemos de sobra: el lavatorio de los pies. Es el fiel dibujo de un Jesús que está contento sirviendo, que no tiene inconveniente en cogernos los pies, aunque estén sucios, y lavarlos con mimo. Se entrega a la tarea. Y eso es un reflejo: lava toda nuestra persona, nuestro cuerpo y nuestro corazón.
Y lo hace contento, como quien lo considera una suerte. No le importa que esos pies hayan andado caminos raros o que, incluso, se hayan alejado de él. Los cuida con mimo como diciendo: todo lo tuyo me importa, tus idas y venidas me interesan, en los caminos que vas eligiendo, te acompaño.
Fíjate en lo que dice a Pedro: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo”. O sea: si no te interesan los pies de tu hermano, es como si tú y yo fuéramos por caminos diferentes. Por eso, las sendas de tu hermano, de tus amigos, de las personas que amas e incluso de las que no conoces, son tus sendas. Tienes que cuidar los pies de quienes andan por eso caminos, tienes que servirles lo mejor que sepas y puedas.
Dice san Francisco que nosotros nos hacemos hermanos de Jesús “cuando hacemos la voluntad del Padre del cielo”. Y la voluntad de Dios es clara: que nada se pierda, que todos lleguen a su cuota de dicha, que la alegría desplace a la pena. A eso apunta el servicio.
Cuando esta tarde participes en la celebración del lavatorio, puede repetirte por dentro: “Estoy contento cuando lavo los pies de mis hermanos”. Eso te hace hermano del Jesús que lava pies, del Hermano que acaricia nuestra debilidad y la sostiene. Lo hace con gusto y amor. Así tendrías que hacerlo tú.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL
- ¿Te parece interesante el perfil de un Jesús que lava pies?
- ¿Qué pies tendrías que lavar hoy mismo?
- Escucha la canción "Sigue habiendo" de Ixcis como si rezaras.
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