Hay un episodio de la vida de san Francisco que nos muestra su corazón sin confines, capaz de ir más allá de las distancias de procedencia, nacionalidad, color o religión. Es su visita al Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, que significó para él un gran esfuerzo debido a su pobreza, a los pocos recursos que tenía, a la distancia y a las diferencias de idioma, cultura y religión. Este viaje, en aquel momento histórico marcado por las cruzadas, mostraba aún más la grandeza del amor tan amplio que quería vivir, deseoso de abrazar a todos. La fidelidad a su Señor era proporcional a su amor a los hermanos y a las hermanas. Sin desconocer las dificultades y peligros, san Francisco fue al encuentro del Sultán con la misma actitud que pedía a sus discípulos: que sin negar su identidad, cuando fueran «entre sarracenos y otros infieles […] no promuevan disputas ni controversias, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios». En aquel contexto era un pedido extraordinario. Nos impresiona que ochocientos años atrás Francisco invitara a evitar toda forma de agresión o contienda y también a vivir un humilde y fraterno “sometimiento”, incluso ante quienes no compartían su fe. (Papa Francisco)
La visita al Sultán pertenece a las antiguas leyendas franciscanas, no fácil de verificar en su historicidad. Pero lo que importa es su alma. Francisco viajo a Egipto para ir a las cruzadas desde la paz. El amor desarmado. Para hacernos una idea del tema de las cruzadas, tengamos en cuenta lo siguiente: el Papa Inocencio III en 1213, poco antes del viaje de Francisco a Siria que no llegó a culminar por los malos vientos, publica la bula Quia maior. En este documento se convoca a todos los fieles a “cargar la cruz y a seguir a Jesús…en la lucha”. Porque, dice, “cuando un rey es expulsado de su reino por los enemigos, al regresar, ha de condenar a quienes lo ocuparon”. El Papa amenaza con la pérdida de la salvación a todos aquellos que no se comprometan “a prestar ayuda al Señor desterrado de Jerusalén” y nieguen sus servicios “al Redentor que se halla en tan graves circunstancias”. La bula contiene diversas disposiciones para implicar a los fieles en la campaña militar: se deben hacer procesiones mensuales por la liberación de Tierra Santa, los predicadores han de empujar a que los fieles recen por esta intención y hagan limosnas para sufragar la campaña. En las misas, los laicos deben postrarse y lamentar con el salmo que los paganos hayan entrado en la heredad del Señor. Quien no colabore, que no se tenga por católico. Francisco, sin embargo, parece desoír totalmente el llamamiento de las autoridades eclesiásticas a la cruzada. No vocea su desacuerdo, pero su actitud de presencia pacífica en el lugar del conflicto deja ver a las claras su desacuerdo y su opción por un camino dialogado, más allá de toda violencia. Es la técnica de san Francisco de “ceder sin ceder”: él acata la autoridad del Papa pero, con libertad, elige el camino de la paz, aunque no sea comprendido. Efectivamente, hay que preguntarse si las dificultades que tuvo san Francisco para que Roma le aprobase su regla no son una revancha contra su desafección por las cruzadas y su opción por el diálogo y no por la violencia.
Fidel Aizpurúa, capuchino
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