Hoy se nos habla de un pobre ciego -doble desgracia, y es que la desgracia nunca viene sola-, sentado al borde del camino y pidiendo limosna. Pero tuvo suerte, porque ese camino -el de su pobreza y marginación- lo recorría también Jesús. Y es que el camino, la andadura del Señor, discurrió precisamente por esas zonas que los hombres oficialmente buenos consideran "peligrosas".
"Escoge a los pecadores y come con ellos…”. (Lc 15,2); si este fuera profeta sabría quién y qué clase de mujeres la que lo está tocando, pues es una pecadora”. (Lc 7,39). Así pensaban y se expresaban los "buenos". Pero Jesús no rehuyó lo que ellos llamaban "malas compañías". Porque había venido a buscar precisamente a lo que estaba perdido. No se preocupó de evitar las "malas compañías", sino que se esforzó por ser él un buen compañero, una "buena compañía".
No recorrió las rutas "oficiales" sino los caminos reales de los hombres. Por eso sabía de sus necesidades; por eso su camino de la cruz empezó antes del viernes santo, porque hizo suya la cruz de cada hombre.
Por eso cuando los prudentes, los preocupados por ocultar al Maestro la fealdad y la pobreza humanas que hay a lo largo del camino, quisieron acallar los gritos del ciego, Jesús, para quien no servían esos cordones de seguridad, no permite que se pierda ningún grito de dolor y esperanza y manda traer al ciego.
"¿Qué quieres que te haga?". Jesús, como el que sirve, se ofrece pero no impone el servicio. Quiere que el hombre tenga la iniciativa en su propia salvación. Porque sin libertad no hay salvación. Sería una imposición más. Antes de curar, Jesús quiere saber qué era para aquel hombre su enfermedad, su carencia y su dolencia radical: "¿Qué quieres que te haga?" "¡Maestro, que recobre la vista!".
Más de una vez he pensado que aquel hombre no era tan ciego: había reconocido y confesado a Jesús como “Hijo de David”, y se dirige a él como “¡Maestro!”. ¿No estarían más ciegos los que le mandaban callar?
En todo caso, este breve diálogo deberíamos revivirlo todos y cada uno de nosotros. Porque Jesús no ha cambiado de actitud. Sigue recorriendo los caminos de la vida real con su pregunta "¿Qué quieres que te haga?". ¿Qué le responderíamos nosotros? ¿“Auméntanos la fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro, que recobre la vista” (Mc 10,51)?
¿Somos conscientes de nuestras carencias y dolencias más radicales? ¿Tendríamos una necesidad tan profunda como la del ciego, la de ver, o nos limitaríamos con una petición por el bienestar? ¿Nos contentaríamos, como los dos hermanos del pasado domingo, con un puesto de privilegio, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10,37)?
“Tú que diste vista al ciego, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”, unas gotas que lleguen hasta el corazón, porque solo se ve bien cuando se mira con el corazón y con un corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Y un detalle importante: el ciego no creyó al recuperar la vista; recuperó la vista porque creyó. ¡La fe nos abre los ojos!
REFLEXIÓN PERSONAL:- ¿Qué expectativas suscita en mí Jesús?
- ¿Siento necesidad de “ver”?
- ¿Mis encuentros con Jesús son sanadores?
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